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Láudano y mandrágora

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Láudano y mandrágora

Hay una voluntad inocente en el color del veneno,
y de repente te devora desde el centro a mordiscos presentidos,
no es lo que era o quería,
es un ahora queda el dolor que no buscábamos y nos llamó a voces y a ecos lejanos…hasta encontrarnos,
yo bebí de su instante efímero corolado de besos tiernos o enardecidos,
crucé sus lunas, con todos sus mares,
¡todos!, hasta llegar al corazón de su estrella rota,
y me sentí profundamente viva al proceloso roce de su nupcial muerte y frutal mano…
vi resplandecer la belleza de la primera manzana,
¡tan turgente, tan verdirroja!
saboreé su jugo prematuro, agridulce, exprimiendo con los labios cada gota de láudano y mandrágora…
mas al otro lado, al otro lado, me esperó la primera herida abierta y la primera desesperanza vana.

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Todas las semblanzas

 

 

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Todas las semblanzas

A ti, que crees conocerme y ves en mis ojos el refugio del silencio, la soledad de caminos desconocidos por bardos y poetas; extranjeros, así lo quiero…
A ti, que crees atrapar mi alma en una frase o un pensamiento apenas sostenido por el color de la razón o la inconsciencia; sensación, así lo dejo…
¿Por qué anhelas esbozar un mapa de estrellas perennes en un corazón que no te pertenece? ¡No anheles el anhelo! No busques el germen de la luz o de la flor en el desierto, disfruta de su fugaz instante, así puedes rozar lo único que te ofrezco…

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42+2…(Sombra, Ánimus, Ánima…)

VHH.jpg42+2…(Sombra, Ánimus, Ánima…)

Sobre el pecho y la cabeza, en cascada suave y fiera, enteras, cien palabras;
cien arcanos, amasados con las manos, labrados, poco a poco, entre lo divino y lo profano,
uno, dos…siete cuerpos, tendidos al sol, de apagados ecos, de una tierra frágil y extenuada, engarzados imprecisamente a sus almas y moradas…
Palabras, palabras, palabras, sones y signos en el espacio que fuera y es, y, también, en el urdido en blanco, ¡tan humano!. Palabras, palabras, palabras, materia anticipada.
Sin ayer y sin mañana, fue, el nido de un Cuco sin viento en las alas,
y, desligado de los recuerdos y sin su Frank, fue, un Donnie Darko que no soñaba,
fue, un Fantasma que caminaba con su insepulto muerto a las espaldas,
fue, un Frankenstein, jovencito, que no nació de madre ni de una mente delirante de cruzadas,
y fue, un Maquinista sin pesadillas en las noches vidriadas, larguísimas, amarillas, agitadas…
Y el yo que respira, calla y espera en el seso una lluvia de colores y rayos de yesca clara,
una humedad sin nubes para que su cosmos se abra, como una flor sin hojas y hojas sin espadas,
luego lo inmediato cuando lo inmediato es el cuerpo y no hay treguas pactadas:
ojos, labios, luz, aroma, sabor, beso, pensamiento…
corazón, ensueño, piel, tremor, humedad, llama, aliento…
Así se dilataron los nombres en el espacio y en el tiempo, cuando el pasado era presente y el futuro aún incierto. Sombra, Ánimus, Ánima, 42+2, 44+2, 46+2…parece raro, pero lo raro es el reposo imperturbable de un construido Universo: puro, terminado y de tan virtuoso, perfecto.

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* Los seres humanos somos observadores observables, por nosotros mismos y por los demás. Adentrarnos en nuestro propio yo, nosce te ipsum, nos resulta tan indispensable o más que adentrarnos en la psique de los demás; para ello encontramos algunas «herramientas» en la propia experiencia/existencia/vida, pero sin duda las “herramientas” más “útiles/eficaces” las encontraremos de la mano (leyendo/conociendo) de Freud, Lacan, Bandura, Rogers, Jung, Maslow, Skinner, James…porque realmente necesitamos “leer” nuestra mente y la de los demás, porque realmente «El inconsciente está estructurado como un lenguaje.»

Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Las avispas .

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Las avispas.

Para lucubrar una buena descripción, es necesario observar lo suficiente. Pasé meses observando a esta tropa de brujas y esperpentos. Observar y pasar de los “rumores” y los golpes bajos. Observar y llegar al corazón de su vida cotidiana, de sus intimidades.  Les observé sin escribir una línea, todo un record para una apasionada de la escritura. Los datos se fueron apiñando. Demasiada turbulencia y suciedad, la que iba saliendo  de este reino de filibusteros y embaucadores. Me tomé este trabajo con celo, meticulosidad y mano izquierda, enfrentando a una de tantas buenas y malas pasadas del azar o una de tantas contingencias de la vida.  Era esta, una historia que invadía mi existencia intentando desbaratar mi presente: esta hueste de miserables y miserias se colaba por los flancos, al descubierto, de mi vida privada, sin importarles el daño que iban a infringir, sin importarles la cobardía de la connivencia de la horda contra el individuo, sin importarles mi vida ni conocer nada de mi vida, sin importarles para nada mi minoría de edad, cuando ellos  tenían espolones hasta en cielo de la boca. Saltándose a la bartola la legalidad vigente, y, eso que “supuestamente” estaban rodeados de leguleyos, menudos leguleyos: odio, rabia, venganza y bajeza moral.

Los principios y un cierto orgullo me llevaron a no denunciarles, de momento. Lo que ellos no  lograban vislumbrar es que la recolección de insidias que comencé……  no había concluido en modo alguno. Ignoraban, también, en qué manos estaba “toda” la información, la “vieja” y la “nueva”. Por ignorar, ignoraban lo simple que resultaba “enlatar” sus palabras con ayuda de la  tecnología y de personas intachablemente incuestionables…

Los paseos por ciertos puntos estratégicos de la ciudad fueron realmente instrumentales. Las lenguas se soltaban bajo el peso de sustancias, más o menos legales, y de conversaciones triviales  o chirriantes que terminaban enlatadas : sombras que adquirían la consistencia de  solemnidad o pesadilla, todo dependía de la perspectiva. A veces, la información es como una arteria hinchada, reteniendo, en sus oprimidas paredes, la roja sopa de la vida. Reteniendo la minúscula y misteriosa chispa que incendia el pensamiento y nos hace sobrevolar los caminos de la existencia y del destino.

No vale la pena poner demasiado empeño en una causa contaminada, infectada, emponzoñada, y, sin embargo, de tanto en tanto, te ves obligado a defender  tu castillo.  Preservar tu reputación, contra el vituperio, con toda la dignidad y filosofía posible. Hay que defenderse y protegerse con decencia y decoro, y, siempre sobre toda sospecha. Tienes que restituir la  fuerza de la verdad, devolver el lustre al imperio de la ley. No se puede escatimar esfuerzos a la hora de luchar por aquello que es de justicia. Hay que bregar beligerantemente. Luego, con el tiempo, llegaremos  a saber si mereció la pena ensuciarse.

¡Lo que son las cosas!, celos banales con raíces en alguna oscura parte de un cerebro enfermo. Rabia imprecisa e incontenida, en definitiva, era la historia más vieja del mundo: el ensañamiento feroz y sucio de un grupo de zorras, de acomplejados celosos y descontentos rechazados, capaces de actuar con la peor  bajeza moral, y,  sin “medir las consecuencias” de sus actos. Heria.

 Idos, libres y alegres. Escuchad, en tanto, innumerables espectadores, nuestros prudentes consejos y procurad que no caigan en saco roto: esa falta es propia de un auditorio ignorante y que vosotros no podéis cometer. Y ahora, si amáis la verdad desnuda y el lenguaje sin artificios, prestadme atención. El poeta quiere haceros algunos cargos. Está quejoso de vosotros, que antes le acogisteis tan bien cuando, imitando unas veces al espíritu profético oculto en el vientre de Euricles, hizo que otros os presentasen muchas comedias suyas, y afrontando otras cara a cara el peligro, dirigió por su mano sin ajeno auxilio los vuelos de su musa. Colmado por vosotros de gloria y honores, como ningún otro vate, no creyó, sin embargo, haber llegado a la cúspide de la perfección, ni se ensoberbeció por ello, ni recorrió las palestras para corromper a la juventud, deslumbrada por sus triunfos. Noblemente resuelto a que las musas que le inspiran no desciendan jamás al vil oficio de alcahuetas, jamás consintió, por su sentido de las conveniencias, en ceder a las instancias de algún amante despechado y deseoso de ver ridiculizado en escena al objeto de su animadversión. E incluso la primera vez que hizo representar una obra no partió en guerra contra el común de los mortales sino que atacó con furor de Heracles a los más grandes y, en su primer ensayo, tuvo la audacia de medir sus fuerzas con el monstruo de acerados colmillos, ese monstruo cuyos ojos, como los de Cinna lanzaban miradas de terribles fulgores mientras que cien cabezas de cortesanas, con dolorosas súplicas le lamían el cráneo puestas en círculo. Y la voz de ese monstruo era el de un torrente devastador. Hedía como una foca, tenía !as bolsas infectadas de una Lamia y el trasero de un camello. Pues bien; nuestro autor declara que en presencia de ese monstruo ni tuvo miedo ni accedió a venderse por dinero. Bien al contrario, todavía hoy está combatiendo en vuestro favor. Añade que después de haber combatido a ese monstruo, el año pasado atacó a esas pestes y cóleras que, por las noches, venían a estrangular a los padres, ahogar a los abuelos y, abatiéndose sobre los lechos de los más tranquilos de vosotros los aplastaban bajo un montón de declaraciones, citaciones y testimonios. Con frecuencia, saltabais entonces de vuestras camas, temblando, para ir a ver, precipitados, al Presidente del Tribunal. Habiendo hallado en mi persona un desfacedor de entuertos un purificador del país, el año último le abandonasteis cuando sembraba esas ideas nuevas cuyo desarrollo no habéis sabido favorecer por no haberlas apreciado en su justo valor. Y, sin embargo, el poeta os jura, con mil juramentos rociados de libaciones sobre el altar de Dionysos, que jamás habéis oído una poesía cómica tan excelente. !Sea, por consiguiente, la afrenta para los que no comprendisteis en el acto! Cerca de los espíritus competentes, el poeta conserva intacta su reputación. El carro de sus esperanzas se ha roto, pero ha sobrepasado a sus rivales. En lo por venir, mis buenos amigos, sed más amables. más graciosos con esos poetas que realizan un esfuerzo por hallar algo nuevo que deciros. Conservad sus pensamientos y apretadlos en vuestros cofres con las manzanas. Si procedéis así, vuestra ropa conservará todo el año un perfume espiritual.”

Hace mucho, leí  “El informe Hite”, es uno de esos informes que cuestionas pero que al mismo tiempo te hace cuestionarte mil cosas, y ahora, para hablar de la hermana de Eviolela me servía…

¿Cómo sabemos  que una vaca no es un novillo?. Su familia se negaba a admitir la hipótesis más evidente. Ella se negaba a admitir la hipótesis más evidente. Nadie intuyó, o quiso ver,  la necesidad de acudir a ningún gabinete de psicología aplicada. Tapar. Esconder. Encubrir. Ocultar , el máximo tiempo posible, cualquier escándalo. Ni los mayores eran capaces de ergotizar o presumir lo que acabaría sucediendo. La sexualidad no se puede extirpar. Es una de esas cosas que te hacen sentir viva. Por más que Mirta decidera  dar largos paseos a solas para  reflexionar, siempre volvía a casa con la imagen fija de una tentación que ensordecía su mente. Era insoportable no poder dormir al lado de esa “imagen fija”. Era insoportable acallar ese deseo de amor que se deslizaba bajo sus bragas y hacía estremecer su cuerpo. Con la mano rígida y adormecida por los elásticos, acababa por despertarse. Su rostro reflejaba una tristeza y amargura que no habría podido superarse con “cosas” (en esto era muy diferente a Eviolela, para ella todos los males terminaban en una tienda de cosméticos, ropa o baratijas de marca).

Pasó bastante tiempo antes de poder ir descartando lo que no era, un gran intervalo hasta ir  asumiendo y aceptando lo que era y estaba destinada a ser. En esta transición, la propia sexualidad ocupaba un lugar  más destacable, el más honorífico. Su nueva jerigonza, al respecto, nacida de una cierta superación y una penosa percepción de su disyunción, fue tomando el relevo a la imposición y la obediencia. Presa de la propia conmiseración quiso dejar de ser una desconocida para sí misma, esto desencadenó una pequeña tempestad entre ella y Eviolela.

Mirta, era un clon, físicamente hablando, de Eviolela, pero sin  tres capas de chapa y  pintura, sin trapitos ni zapatitos kawai…Su pelo conservaba el color natural que la genética había legado a ambas. Por conservar, conservaba el pensamiento y discurso de una inculta e inepta total (estoy convencida,  ninguna de las dos superaría el noventa y poquísimo de CI) y el vozarrón de un camionero sordo. Dios, que vozarrón en comparación con la voz impostada y falseada de Eviolela.

Las  etiquetas siempre suponen la expresión de una medida, más o menos justa, pero, pocas veces se puede estar más seguro de no precipitarse en el juicio: ambas desfilaban por las mismas  irrelevantes pasarelas, una y otra vez. Con ellas era extremadamente difícil cagarla, eran libros abiertos o sin tapas. Conozco, con bastante exactitud, los traumas de cada una de ellas. Sé lo que vale cada una de ellas. Sé cuál de ellas es más torpe o inepta, cuál más egocéntrica y artificial y cuál de ellas, un poco, más natural. Sé cuál de ellas no superará jamás los traumas de la infancia ( Eviolela). Sé cual de las dos  tiene más maldad y menos catadura moral( Eviolela).                                                                                                              Por desgracia, conozco demasiado a cerca de ellas. Yo no bajo los ojos a la hora de captar crueles realidades ,mudas o no. Mudos discursos del alma o retorcidos discursos de las lenguas. Yo, contemplo,  cara a cara, la miseria que gravita en torno a  negros corazones como los suyos. Callarme, especialmente frente a la injusticia, no forma parte de mi materia prima. Siempre me pronuncio con una claridad incuestionable, algo con un elevado precio, algo que resquebraja el alma demasiadas veces. Algo que duele.
A menudo, siento compasión por seres “deformes”, en toda la extensión de la palabra. No, en este caso no. Ningún método de perdón habría funcionado con seres, como estos, que no están dispuestos a reconocer sus más perniciosos pecados y sus más fangosas culpas.

Mirta, era un chicarrón del norte atrapado en un cuerpo con  “algunos” atributos de mujer. No era una lesbiana al uso, o no se sentía cómoda en ese papel. Físicamente las relaciones, sexuales, con mujeres le resultaban placenteras; pero socialmente, si hablamos, expresamente, de relaciones “sociales”, sólo encajaba con los chicos. Se sentía cómoda con los chicos, haciendo cosas de chicos, hablando como un chico, enamorándose como un chico.

En Cadizfornia, daba rienda suelta a esa faceta tan sublimada en su ciudad. De hecho, caía, frecuentemente, en eso que Freud llamaba “actos fallidos”, aquí y allí pero más allí. En las discotecas y baretos de copas de la playa, como  El cortijo,  Keops, Makoki, La Luna, Icaro, La Cochera, Noha, La bruja, Capote, Bubble’s…  se sentía libre. En realidad, Eviolela también, pero ella no tenía en juego nada valioso. Sus bragas contenían el mismo “banquete” de higo al alcance del necesitado, del más necesitado. Mirta , en cambio, se jugaba algo más importante, la importancia del disfrute, ante el mundo, ya había sofocado demasiadas veces sus ansias con las manos…

Mirta, en un principio, no había sabido muy bien qué hacer consigo misma. Reorganizaba frecuentemente sus armarios, los de madera y los del pensamiento. Cruzaba la habitación y abría el cajón de la cómoda, un mueble bastante clásico,  mirando las viejas fotografías de la familia. Ya estaba dejando de ser el santuario que era. Desmitificación.

Había  tenido algunas “particellas”, pero ninguna tan “importante” como la actual. Por ella, por Mirkan, estaba dispuesta a salir del todo del armario. Pero Mirkan, era un ser muy singular. Un ser bastante atormentado. Un ser que ocultaba bajo siete cerrojos su corazón repleto de “agrafes”.  Era una de esas personas que vuelcan en el sexo con otras mujeres, de forma experimental, todo el rencor hacia los hombres. Uno de esos seres que, a fuerza de golpes emocionales, han destruido el  verdadero entusiasmo por el sexo. No tienen curiosidad por explorar y se limitan a tocar o dejarse tocar. No son expresivos ni creativos. Demasiadas felaciones y cero cunnilingus en sus vidas. Demasiada dificultad a la hora de tener un orgasmo, con hombres, con tan escasas sensaciones y tantos resquebrajados o aniquilados sentimientos. Su pensamiento era, simplemente, un banco. “deudas y créditos”. Si se la chupa a un tío él debe comérselo.

Las mujeres representan, para ella, una clara similitud de propósito: gozar y hacer gozar. Ya elegiría el mejor caballo o yegua para compartir su camino, su lecho, su espacio vital, ya elegiría a alguien para hacer proyectos a corto, medio y largo plazo. Estoy convencida de que en esa parte de su vida no había lugar para Mirta.

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Lisístrata, y las otras…

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Lisístrata, y las otras…

Rubinn, mi amigo programador, sentía verdadera pasión por Space Engine. La programación para él era un juego y el dominio de la infografía, casi, una actividad lúdica. Con todos esos elementos, tenía que salir algo experimental de su  inquieta mente.  La explosión de Betelgeuse, fue magnífica. Betelgeuse explotó. Explotó. La sorpresa fue deleitosa:

– Catástrofe cósmica concluida, comandante-
– Dirijámonos  al trabajo, socio-

La tarde del cinco de octubre era templada. Las sombrillas se extendían por el acerado, de principio a final de la calle. Los raíles del tranvía centelleaban y transmitían  suaves sonidos metálicos. El rectorado de la universidad  era verdaderamente un lienzo artístico. Curiosos rayos solares jugaban por entre el virtuosismo arquitectónico de la fachada haciéndola fulgurar. “La fama”, la marmórea dama que coronaba el edificio, que tenía alas de águila, de cobre, y  vestía con ligero velo, portaba un sólo clarín (La Fama suele llevar dos clarines, uno representa la verdad y otro la mentira. Nuestra dama solo portaba uno; muy fina, dulcificada y borbónica ella) y parecía querer clamar  o declamar  un abyecto  discurso, un brindis al sol…

Qué ironía, ahí estaba, presidiendo la pintoresca escena que estaba a punto de encontrarme sin buscarla, escena fruto del más infame y cachondo azar. La Fama: “malum quo non aliud velocius ullum”, la perfecta alegoría del monstruo demoníaco que representa el poder de la “publicidad”, el rumor y la mentira. Un ser deletéreo cubierto de plumas, con múltiples ojos, lenguas, bocas, oídos que reinaba sobre las alturas de doseles y torres. Un ser que vigilaba de día y de noche, elevándose sobre el insomnio y la oscuridad. La naturaleza ambigua y maléfica de tal pregonera, la convertía en la genuina noticiera y mensajera de verdades y mentiras de efecto  inmediato y devastador.

Tomaba un refresco y un aperitivo en el interior de un bar. Al mirar hacia afuera , de frente, me quedé perpleja: ocupando dos mesas contiguas, unidas, Eviolela, Kirikiko, y algunas personas más. Entre Eviolela y Kirikiko (rincón derecho de la mesa) estaba ese “friki bajito y gordo” que como todos los frikis bajitos y gordos (incluido Gumi y Pandi) tienden a “atosigar”, en su función de sustantivo verbal, a Eviolela. Realmente parece perseguirla lo inevitable. Dios, vuelve a la Edad Media. Oraciones y  Santos óleos. Santos y mártires. A la mierda la casuística, la probabilidad, las estadísticas, los referentes, las variables, las constantes… Su forma de enfocar la vida era verdaderamente rala o yerma.

La luz vomitada por el rostro fantasmagórico de Eviolela. Su cara era refractaria.
La  claridad hacía un inciso en su pelo, boca y  sus ojos con sus bolsas. No tarde en darme cuenta, sus ojos eran notablemente  pequeños  cuando no  llevaba  circles lenses. Otra sorpresa, fue verla abrir la boca y , como si de una consecuencia lógica se tratara, comprender  que llevaba fundas en los incisivos superiores e inferiores, era una simple concatenación de ideas. Deducción. Entendí que era materialmente imposible colocar carillas sobre unos dientes picudos y pequeños de por sí y empotrados en semejantes encías. Era evidente, existía, una hipertrofia maxilar con sonrisa exageradamente gingival. Así que, definitivamente, me decanté por las fundas. En las demás piezas dentales permanecía la forma original, la misma forma puntiaguda, más o menos irregular, de los tiburones. Eviolela había hecho más estética la calamidad.

La encía superior exponía, en toda su amplitud, su color rosa blancuzco, un centímetro y medio de rosa sucio, rozando los dos centímetros. Cuando sonreía, sin  cámaras apuntándola, el labio superior se afinaba y se pegaba como una ventosa a la encía, a veces la parte central se plegaba sobre sí misma; se elevaba en los extremos queriendo dibujar una escueta línea, muy, muy abierta, con forma de gaviota planeando. Nunca he visto surcos nasogenianos como los suyos. Estos surcos se desplegaban, elevándose, como vectores faciales nuevos. Vectores que se tocaban en un punto con los vectores de elevación del maxilar, a través de la línea mesolabial hasta el arco zigomático y con los vectores curvos desde la esquina de la nariz hasta el final de la oreja.  Una rara uve elevándose hasta cruzar los malares y formando un ángulo  cóncavo de 275º, algo verdaderamente hiperbólico; como su lengua (macroglosia). Todo iba casando en el retrato, su excesiva salivación, sus problemas de pronunciación o dicción, su respiración… incluso la forma de su nariz encajaba en ese rostro que nada tenía de davinciano. No tenía una nariz aguileña romana, no, estas resultan bellas y no es su caso. Para rizar el rizo, su nariz viraba entre el subtipo “carnosa” (Felipe de Edimburgo) y el subtipo “halcón” (Barbra Streisand).                                                                                                                                                                                                                                        El labio inferior, por su parte, una hipérbola con bastante excentricidad, iba buscando un forzado punto tangencial con los antinaturales pliegues nasogenianos. Para los que no logran visualizar tal sonrisa, la imagen del Joker (Jack Nicholson) es la más fidedigna réplica. ¡Qué bocaza, qué enormidad de boca!. Qué desperdicio usarla, exclusivamente,  para chupar pajitas de batizumitos…

Eviolela adoptaba una posición totalmente antinatural en la mesa. Era como esos muñecos articulados que colocas de mil formas predeterminadas. Tenía memorizadas las posturas, los movimientos, tanto, que las realizaba mecánicamente. Ver como movía las manos era un espectáculo burlesco. Las movía forzada y meticulosamente, con tal teatralidad que no  tuve más remedio que acordarme de las nanis británicas y el kabuki.

Nati, a la izquierda de Eviolela, tenía desenvoltura, desparpajo, descaro y una cierta belleza exótica. Era lo más parecido a la naturalidad en esa mesa.

Ari, el “friki bajito y gordo”, estaba sentado a la derecha de Eviolela y la izquierda de Kirikiko. No rebosaba naturalidad, pero al menos parecía un ser vivo.

Kirikiko, estaba en el pico de la mesa. A ratos farfullaba y miraba a sus correligionarios, y a veces miraba al acerado y ahí dejaba perdida la vista. No sé si me “conmovió” más “la belleza” de Eviolela o la de Kirikiko. Seguramente la de Kirikiko. Tenía el pelo encrespado. La piel apagada con un tono de tierra grisácea. Los ojos con bolsas y ojeras azuladas. La boca no era fea, salvo cuando la abría para sonreír, por eso lo hacía tan poco. Incluso se giraba para que sus amigos no le viesen ese complejo tan arraigado. Eviolela no le pagó la ortodoncia que le publicitó y vendió, con tanta vehemencia, metiéndosela por los ojos, o metiéndosela doblada : ¡rabia chincha mira que bien me quedan mis dientes operados, ea!. Hombre, aconsejarte que te hagas “la operación” ( cateta inculta, operación…) y saber que no te la puedes permitir si no te la pagan otros, te define como buena persona y mejor amiga. Así que kirikiko debería conformarse, por ahora, con ese tipo de trucos que tapan las imperfecciones de las que tan orgullosas estaban ambas. ¿A quién se creerán que le van a vender la moto? ¡ Qué fácil es decir amo mis imperfecciones y gastar el manso en taparlas o corregirlas!. Coherencia vital.

Cuando me cansé del cuadro continué caminando. A unos quinientos metros me encontré con uno de sus exnovios, tal vez el más querido por Eviolela. No era el más reincidente en su cama, pero sí en sus fantasías…                                               Para reincidir por todo lo alto ya estaban otros, y, si hablamos de reincidencia con traca incorporada ahí estaba Gumi; él siempre estaba dispuesto a tropezar en la misma piedra dos y tres y cuatro…

En cada visita esporádica a la casa de Eviolela, para hacer “frikadas de amigos”, como encasquetarse un bombín, terminaba encasquetándose un mapache, cayendo de bruces en brazos de la tentación:

«Dificil resulta, ¡por los dos dioses!, que las mujeres duerman sin capullo, solas del todo. Sin embargo, sea, que hace mucha falta la paz»

La lealtad no era uno de los fuertes de Gumi, y eso que llevaba bien a gala una cierta superioridad moral. ¡Pobre novia actual! Siempre se ha dicho, los cornudos son los últimos en enterarse.
Gumi era un baboso, más que Eviolela si eso es posible, un charlatán tratando de vender una imagen de intelectual. Gumi quería ser rapero, y, del dolor por su intento fallido o fracasado, pasó a ser un mono aplaudir,  un acólito en las movidas «artísticas» de Kirikiko y un sombrisonner, cualquiera. En sus cazas de faldas no había criterios discriminatorios, el tiempo junto a Eviolela lo demostraba. Necesitaba tías que le hicieran sentirse importante, que le inflaran el ego, y para ello elegía tías florero o que le aportaban algún beneficio instantáneo. A veces el beneficio, se reducía al folleteo esporádico (para eso ni tenían que ser guapas, ni listas, ni  tenían que tener, siquiera, carácter o personalidad propia). Es curioso que en sus correrías  promoviera, incluso, una  imagen propia de dudosa sexualidad. Así alguna le creería gay, y,  ¡zasca!. ¡Hay que tener estómago!. Para más INRI,  era un gordo, bajito y feo que presumía de polla chica, abiertamente, delante del publico femenino en especial. Complejo al canto y caña a la tía que necesitara «algo” , cualquier placebo, a estar sola. Otro pensamiento plano que daría para varios tratados o análisis  freudianos o jungianos o…

Centré mi mirada diez pasos  por delante. El chico de los ojos aguamarina iba vestido completamente de negro. Sus andares eran firmes y seguros. Sobre el lado izquierdo del pantalón caía una especie de bandolera-pañuelo hecho de  tiras de cuero, algo muy artesanal, muy hippie. Llevaba el  pelo recogido en una coleta. Antes de entrar a la plazoleta interior que daba a su edificio, dónde se supone que tenía alguna oficina comercial, se giró. Aproveche para hacerle una pregunta  casual y hablamos un rato. Su voz era armoniosa, su verbo fluido y sus mensajes claros. Sabía bien lo que se traía entre manos. Su rostro era fino. La piel muy blanca. La barbilla rematada por una perilla del mismo color que su pelo, castaño con reflejos más claros.                                                                                                                                                    Me pregunté cómo un chico como este había terminado siendo novio de Eviolela. Qué azarosos avatares le habrían llevado a aguantar tanto tiempo a este esperpento de tan mala pasta. Pronto caí en la cuenta, su nueva pareja no era una belleza, ni tenía un cuerpazo diez, más bien al contrario, pero era una mujer real, una mujer, mujer. Él había aprendido estando con Eviolela, soportándola, sufriéndola, padeciéndola, y, ahora, sabía bien lo que quería y no quería en su vida. Definitivamente, no quería a Eviolela en ella. Quería una mujer con alma, mente y corazón. Una mujer a la que jamás podría aproximarse Eviolela.

Después de esos minutos de charla, nos miramos, tenía los ojos muy abiertos y clavados en los míos, me sentí incomoda, me dio su número de teléfono y nos despedimos.

La calle fluía, no había mucho tráfico, los acerados también fluían junto a la larga pared que me guiaba a mi destino. Algunas hojas caían al suelo impregnando el ambiente de un aroma a serenidad. Sonó el teléfono con su facultad allanadora. El pintoresco cuadro había quedado muy atrás. Seguramente, La Fama estaría atareadísima recopilando mentiras y falsedades, falacias y maldades para después hacer con ellas lo que debía hacer…pregonarlas y esparcirlas.
Mientras tanto, las viperinas lenguas de Eviolela y Kikiko seguirían creando bulos, infamias, atentando contra el honor de menores y mayores de edad, seguirían conspirando a su manera usual: llenando de mierda el enorme cajón de un globo aerostático, que un día, no muy lejano, les caería sobre sus «ilustradas» cabezas.  Otra catástrofe cósmica, aunque no sé si las catástrofes cósmicas afectan demasiado a los unicornios inmortales y sus patéticas cancioncillas y bailecillos enlatados para la posteridad, vídeos épicos con sus kamikaces  picados, una forma de aceptación de las imperfecciones…ironía.

“Por las dos diosas, si me caliento voy a soltar la cerda que llevo dentro, y voy a conseguir que hoy pidas ayuda a tus compañeros, cuando yo te trasquile. ¡Hala!, también nosotras, mujeres, quitémonos de encima [la ropa a toda prisa (Se descubren), que huela a mujeres que muerden con toda furia. Ahora, que alguno se me acerque, que ya nunca ha de comer ajos ni habas negras. Con sólo que me insultes, con lo enfadada que estoy, como el escarabajo voy a hacer de partera del águila preñada”

Eviolela tenía una hermana. Aunque parezca insólito  el hecho, siendo Eviolela la bruja más «caprichosa» de la tierra. Rezumando, toda ella, ese tipo de «caprichos» que destruye los nervios de cualquier ser decente. Una «anomalía conductual» que se da en algunos hijos únicos sobreprotegidos  o dejados de la mano de dios. Ahí se me presentaba una ocasión perfecta para desmitificar la sexualidad, convencional  o no, y destruir las falsificaciones. El cuento estaba llegando a la desgarradora bifurcación de lo real y lo proyectado, dónde el escepticismo y la desesperanza, siempre, ganan terreno a los que no consiguen encontrarse a sí mismos, definirse y posicionarse vitalmente.

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Betelgeuse.

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Betelgeuse.

No hay nada que hacer. Pocas cosas son tan necesarias para el hombre como el cerebro y corazón. Y precisamente Kirikiko tenía ambos agrietados. Bastante más el corazón, ese eje metafórico que mantiene unido cuerpo y mente, ello obligaba a su cerebro, un agujereado y espongiforme órgano, a soportar demasiada presión, demasiados añadidos concebidos, a forma de tampón, para contener la vida, para contener las tristezas, el dolor, las ausencias, las presencias, los sueños irrealizables, las verdades incómodas…
Añadidos que procedían de límpidos fracasos sobre nítidos fracasos. Curiosamente, a pesar de su “inmaculada limpieza”, estos lastres, necesitan de la suciedad y miseria del hombre, en primera persona, para ser comprendidos y comprendernos. Los escondemos, los enterramos, en nuestro más hondo y silente pensamiento hasta poder hacer algo con ellos. En un momento de avenencia interior debemos creer ser lo suficientemente fuertes para dejarlos tras los puentes cruzados. Lo inquietante del tema es que necesitamos retroceder sobre la quebradiza pasarela hasta el provecto lugar. Necesitamos bastante coraje para excavar, y profundizar lo suficiente, hasta desenterrarlos, luego extraer su ponzoña y veneno, o, no extraer absolutamente nada. Más inquietantes, aún, resultan esos seres que no pueden superar sus propios ruidos de fondo, su historia, y sus fracasos se enquistan. Una oscura paremia. Una suerte de burdo material tampón. En estos seres, el necesario olvido es simple espejismo.

Kirikiko no podía dejar que sus heridas cicatrizaran de forma natural. No podía dejar de tejer redes de ficciones en las que, a menudo, caían algunos hombres y ella misma. La peor de las necedades, tragarse las propias mentiras sin masticar. Papilla caníbal. El repugnante líquido se adhería a la carne tibia, sin gotear, hasta tornarse frío como el yeso enmohecido. No, no había nada que hacer, esos añadidos que Kirikiko manejaba, sin juicio y responsabilidad alguna y una tal desenvoltura digna de los conciliábulos Pacelli (PP XII), comenzaban romperse ante la tozuda disposición del microscopio y el cronógrafo.

El íntimo y creciente deterioro de Kirikiko la llevó a explotar una historia más común de lo que ella era capaz de imaginar: el acogimiento residencial. Por suerte o desgracia, sé de algunos casos, y, esas personas a las que les tocó vivir esa experiencia, son hoy día verdaderos ejemplos de superación.                                                                                            Kirikiko, daba dos capas de pintura al hecho del acogimiento residencial. Internado tipo Libba Bray . De cara a la galería pintura rosa en la  fachada. De cara a los posibles ligues, tristeza y dolor mezclada con una dosis de algodón de azúcar. El cebo perfecto para atraer y retener a un chico, el tiempo suficiente o más allá de él. Ella siempre comparaba.

A menudo, a los pobres incautos que querían algo más que un polvo, les parecía tan indefensa, tan frágil, tan dañada por malas experiencias y malos amores que trataban de refugiarla entre sus sábanas. Luego, cuando se sentían manipulados y zaheridos por torpes mentiras y deslealtades, se volvían inmunes a su viática mordedura; al menos un tiempo lo suficientemente  amplio y estable como para permitirle a Kirikiko encontrar sustituto, entonces dejaba de ser peligrosa y volvía a transfigurarse en aquella “niñita dulce, triste y estigmatizada”.
Entre ese primer paso, el mal procesamiento mental del acogimiento residencial, que la llevó a sentir una suerte de amor-odio por su propia familia, y el segundo, que la llevó a la conspiración maquiavélica para dañar a otros no hubo tempos intermedios. Todo fue factible aprendizaje acierto-error. Una página más oscura y deforme que su dentadura.

Lo que hizo sufrir, con ayuda de Eviolela, a Rob, esa chica que Kirikiko sabía enormemente superior a ella. Guapa, con esa belleza discreta y elegante que la hace flotar sobre lo pusilánime y retorcido. Con esa inteligencia ganada al esfuerzo y el merito. Con esa dulzura penetrante…Indefectiblemente, indudablemente superior.
Kirikiko siempre prefirió la floritura de lo fútil al sacrificio y esfuerzo por lograr algo “necesario”, “importante”.
En su escala de valores, da grima llamarlo valores, los trapitos y complementos banales estaban muy, muy, muy por encima de todo. Lo importante era una, a menudo futurible, moneda de canje. Era tan estúpida como para creer que encontraría un mecenas vitalicio. Un mecenas en el limbo perpetuo de la ineptitud y necedad. Alguien que jamás se cuestionase una simple lagrimita suya…
Lo pienso y enfermo. Principios. Valores…no puedo ilustrar semejante asco. Simplemente puedo esgrimir actos concretos como espada contra la apariencia de las cosas: un año sabático para pensar y trabajar. Ese tipo de trabajo de tercera, escasamente remunerado, que te lleva, sin ir más lejos, a estudiar sin que nadie pague tus matriculas. Ni tus padres ni nadie. Unos euros que te aportan una relativa tranquilidad a la hora de mirar de frente eso que llaman beca. Quizá, con los años lograría sonreír al evocar ese estilo de vida monacal.

Principios. Principios. La Márgola tampoco tenía demasiados. Banalizar el cáncer de mama es nauseabundo. ¿Puede ser tan lerda para no saber que el cáncer de mama es el cáncer más frecuente, más incidencia, en las mujeres tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo?.Todos los cánceres merecen un lugar en el calendario, por eso se agrupan. Definitivamente, las campañas de concienciación, en referencia al cáncer de mama, son un desperdicio de dinero, tiempo y esfuerzo. ¡ Qué iniquidad, señores!, ironía.Pero volvamos a Kirikiko.

Sus fotografías eran planas. Su historia era plana. Monocromática. No había un solo signo de indescifrabilidad. Lo poco que podía ocultar, ya, cabía en un punto y aparte.
Su chico, su novio, su última víctima propiciatoria, de momento, era un punto ciego. Ese punto de inopia situado entre dos ojos. Tristemente, ese chico no lograba vislumbrar la amenaza que le acechaba y se subía a su cama y su cogote, muchas veces. A pesar de su carácter, ella lograba ridiculizarlo sin que fuera consciente de ello o se percatara, quizá incluso lo dejara correr…. Otras tantas veces, el peligro se subía a sus espaldas. Trabajo de “negros”. “Cosas de negros”. Torpeza. Pedos y ronquidos…                                                                                                                                                              Aunque fuese por puro egoísmo, para que el mecenas  le durase los suficiente hasta encontrar uno mejor, o si venían mal dadas poder llevarlo al altar, Kirikiko podía y debía “arrastrarlo” a una consulta médica. Podía y debía inducirle a solicitar una polisomnografía para descartar una apnea del sueño con segundo apellido…
Amor. Amor. ¡Maldito azar!. Hasta para eso,  “La diosa fortuna” hace entonar su letanía:

“Aquí te invoco, Tique, con mis súplicas, noble soberana, dulce protectora de los caminos, para la obtención de felices posesiones, en calidad de Ártemis conductora, renombrada, vástago de la sangre de Eubuleo, de irresistible deseo. Fúnebre y errática, objeto de celebración para los humanos, porque en ti reside la vida tan variada de los mortales, ya que a unos proporcionas una dichosa abundancia de bienes y, a otros, penosa pobreza, proyectando tu cólera con furor. Mas, ea, diosa, te suplico que vengas propicia a mi vida, rebosante de felicidad para el logro de un bienestar dichoso.”

Y quiso la diosa, “bendecirme”, ironía, aquella tarde del cinco de octubre con una doble carambola: por un lado, Eviolela y Kirikiko, sentaditas al sol, con un grupo de “amigos”, entre ellos, algún “friki bajito y gordo”, pero él no lo sabe, cosas de Eviolela. Un friki de esos que suelen ser “el sustantivo verbal”, no deseado, de la pobre Eviolela : perseguir, acosar, hostigar, atosigar… por otro lado, el exnovio de ojos aguamarina. Tanta cercanía me hizo llegar al éxtasis de los que consiguen regresar indemnes del infierno. Pero esa parte del cuento se desarrollará tras la catástrofe cósmica de las noches perras de Sirio, Sirio, es uno de los perros de Orión. Betelgeuse explotará…

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Zinlan.

Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Zinlan.

3

Muchos elementos de la conciencia pasan al inconsciente cuando los consideramos “peligrosos” y “conflictivos”. Se trata de una forma de autocensura o sublimación. Es un mecanismo singular, una especie de máscara  que permite soslayar el trauma y el sufrimiento; una cierta clase de sustitución y proyección que oculta y relega lo inaceptable para uno mismo o para los demás. Represión. Represión. Represión.

Zinlan, era un experto en ocultamientos, pero con un poco de atención se podía observar lo mal que mentía. Escondía sus fantasmas buscando un vacío cómodo, la calma en la prolongación de las ficciones. Sometido a una verdadera presión, externa e interna, su verdadero ser se convertía en un tablero de tácticas bélicas del que nada podía escapar sin alterar la apariencia de las cosas. Sus vallas contenían toda su miseria y basura espiritual. Seguramente, odiaba ese falseamiento tanto como odiaba a las mujeres en general. La misoginia asomaba en cada uno de sus actos y comentarios. Las mujeres representaban todo aquello que a él le estaba vedado, todo aquello que le hacía retorcerse de dolor hasta rajar su piel. Sin duda, quería ser otra persona, esa, que no le permitían ni se permitía ser. No sabía digerir sus emociones, anhelos y ambiciones por ello se sentía un animal herido, una bestia torturada que se desahogaba con comentarios  que lo hundían, más y más, en las excrecencias de su propia alma carcomida y pútrida.

Hice muchas conjeturas, algunas más acertadas que otras, mas todo lo que observaba sobre este singular personaje me hablaba de desintegración atómica, de falsación funcional, de lluvia ácida, de miseria sexual…

De entre mis conjeturas, dos cobraban más y más fuerza y consistencia a medida que este mefítico espécimen actuaba. Tanta, que cualquier intento de comprenderle y excusarle se volvió a todas luces imposible, totalmente inaceptable.

Por un lado se fue dibujando un perfil que revelaba un caos interior apabullante, una cruel tempestad y disputa consigo mismo. Un caos que externamente se asemejaba, volitivamente, a un cierto excentricismo infantiloide no carente de chispa chistosa que espiritaba sobre su reunión o amistades. Sólo dejaba ver los espejismos creados y recreados frente al espejo y la cámara. Esos espejismos dosificados le hacían acreedor de un cierto encanto y gracia. Pura treta. Pura  vaguedad refrenada siempre con sutiles e invisibles bridas.

Su hermana era una chica agraciada, inteligente y creativa. Las pasiones involuntarias pueden ser cruelmente oscuras. Él, parecía albergar un sentimiento no lícito o santificado por angelicales ojos hacía esa chica con la que compartía demasiados genes. No tengo la suficiente capacidad de diagnóstico para  elucidar y desbrozar un sufrimiento tan ionizante. Sin embargo, puedo imaginar esa soga que orbitaba alrededor del cuello de Zinlan. Puedo entrever como la miraba con la respiración contenida y el páncreas colapsado. Puedo tocar su sentimiento de culpa y suciedad mental. Una suciedad tan palpable que devastaba y oscurecía su alma, llenaba de hiel su boca y concretaba su odio hacia las mujeres. Los gritos y sollozos eran  silenciados y sustituidos, necesariamente, por  la cavilación, la rabia o el odio  feroz disfrazado de chanza.¡ Todas putas! ¡todas perras! Todas hechas de esa argamasa moldeable y manipulable tan apta para contar un chiste, para convertirlas en un mal chiste.

Imagino la noche de los tiempos en la tierra, esos póngidos antropomorfos cuyo sexo se reducía a pura necesidad fisiológica de especie. Imagino esa letanía de ruidos y fluidos contra el crono. Después, sin más la muerte. Del mismo modo intuyo la muerte de la psique femenina al lado de este tipo. La que tenga la “dicha”, ironía, de  convertirse en su pareja se degradará hasta morir en vida, formulándose preguntas para las que no hallará respuesta, culpabilizándose de cada pensamiento y sentimiento contenido en su mente y cuerpo. Un precio demasiado alto por todas las pasiones, pulsiones y emociones truncadas de un póngido anacrónico, detestable, áspero, endurecido y envilecido. Compadezco a esa mujer, un amor así, tan tóxico, sólo podría acarrearle penosas y funestas consecuencias. Del mismo modo que a él el amor prohibido, el amor incestuoso, en especial el reprimido a capa y espada por más platónico que fuese, le acarreaba dolor, inquina, putrefacción, insatisfacción,insensibilidad, quebranto…
El amor platónico es una burda burla palpable y visible del terrible sino humano. Como si esa mano invisible y trágica, llamada destino, estrujara el corazón en caliente hasta hacerlo purgar sus desvaríos, luego, y de un plumazo lo volviese frío como un témpano de hielo, duro como el granito, el pedernal o el corindón. Freud ya nos contó algo en “El Hombre de los lobos”, en que cualquier identificación previa de un individuo con su padre se deshace cuando una hermana lo “seduce”, es cuando la masculinidad narcisista se rompe o vira de su carácter “masculino activo” a uno “pasivo anal”             ( “coitus a tergo, more ferarum»).

Para Zinlan, la máscara, su máscara, era imprescindible. Indispensable para poder mirarse al espejo y considerarse a sí mismo un “hombre”. Su valor, como ser humano, sin embargo, bajaba y bajaba:  la mitad, la mitad de la cuarta parte, y así sucesivamente, cuando hablaba de las mujeres como “perritas” a las que sacar de paseo,  “muñecas lerdas” a las que hacerles de lazarillo, “putitas” para compartir, aunque fuese por cam, y si todo iba bien mojar la banana o meterla en caliente, igual daba el agujero…

El gancho era tan simplón como ímprobo e infame: palabras amables y galantes, un poco de morbo, diversión, aventura o lisonja endogámica (su comunidad es bastante endogámica, por suerte hay  notables excepciones).  Sus medallitas al servir en plata “el menú VIP”, eran autoimpuestas. Las risas compartidas con el grupo de amiguetes, que no es que fuesen menos pérfidas, también le granjeaba alguna que otra medalla. ¡ Hay que tener poca personalidad! ¡Hay que ser imbécil para abandonarse a los caprichos de este  procaz e impúdico gusano! ¿ No se daban cuenta de la peculiaridad de estas relaciones? ¿no se percataban que estas actitudes mataban por partes pero inexorablemente la ilusión, el deseo, la verdad?…Asco, sólo puedo sentir asco.

Estas perritas a las que obsequiaba con sus encantos le otorgaban una cierta popularidad, pírrica y vergonzante, en su entorno, entre sus contactos y en  la comunidad a la que pertenecía, incluso, una cierta familla estúpida e improductiva en las redes sociales. Para él, como para Eviolela, la productividad era cuantificable: likes. Los likes importaban. Importaban… La cantidad de seguidores importaba. La cantidad de seguidoras importaba pues representaban medallas y popularidad, esto le permitía estar “invitado” a todos los saraos (Zinlan, el alma de la fiesta ¡menuda alma de la fiesta!). La cantidad de seguidores amiguetes, con los que compartir  morbo, comentarios vejatorios y festejos varios, también  importaba. Importaba. Importaba mucho: “la importancia de llamarse Zinlan”, ironía…

Qué triste jugar con los sentimientos ajenos, qué oscuridad tan aterradora la que anegaba la sustancia de su seso y espíritu.

¿Cuántos muertos habrá dejado por el camino? Y pensar que estos infames tipos andan sueltos y son capaces de confundir con sus mentiras de terciopelo a  demasiados inocentes? Qué asco, qué descifrable en sus vehementes fingimientos y querencias…

Por otro lado, y observando con lupa sus acciones y omisiones, un bosquejo un poco diferente sin que  fuese excluyente o contrapuesto al anterior. Para nada exceptuaba o suprimía, pese a su apariencia, al anterior. Es curioso lo elásticos que son mente y sentidos. Me pregunté qué significaba la libertad sexual y la identidad sexual para este farsante impermeable a lo humano y al servicio, interesado, de Eviolela. Con ella, pese a su execrable misoginia, “se llevaba”, se llevaba. La idiotez y superficialidad de Eviolela le aseguraba a Zinlan no traicionarse nunca. Se sentía a salvo con ella. Estar con una cabeza huera y facilona de billetera y bragas le garantizaba no tener que decir nada al hablar: bla, bla, bla, bla. Nada, todo lo que salía de su boca carecía de valor alguno. Era tranquilizador y hasta morboso o divertido acompañar su soledad con  un esperpento  tan lamentable o más que él mismo. Eviolela también le aportaba un determinado número de saraos y festejos. Luces y sombras ,y , él libraba algunas contiendas de ella y Kirikiko contra otras mujeres, así, como de paso casual, daba rienda suelta a su maldad, odio, misoginia… El reino de los sentidos es el reino del claroscuroAprendí que estos tipos que no pueden salir del armario, a plena luz y delante de los demás, tienen en su rostro la expresión más afable, es su ropa de  paisano, su máscara verde (Jim Carrey). En la sombra y penumbra, sus expresiones iban desde la indecisión más silente y dolorosa a la resolución más cruel, su cota de malla, su armadura, su uniforme de batalla ( Vlad IV, El empalador).

Estos mentirosos compulsivos, como Zinlan, no dejan escapar la más insignificante oportunidad para demostrar su éxito con las féminas, vanagloriarse públicamente de una virilidad inexistente (fenómeno y noúmeno). Rodeados de chicas colocadas al nivel de la mierda, por ellos, se hacen los interesantes ante sus amigos y conocidos varones. Luego la risa colectiva y bocas abiertas como ventanales de necedad. Una fila de coñitos, más o menos VIP, que tras el sumarísimo juicio debutarían ante un  nutrido pelotón de ejecución.
Este infame mermaba y mermaba a vista de cualquier ser humano con una mínima sensibilidad e intelecto. Se encogía, más y más, como los gusanos de procesionaria en su  bolsa-nido urticante. Cada una de sus “gestas” era el extraño narrato de su propia mezquindad  y oprobio. Mientras vilipendiaba a esas mujeres a las que ni siquiera tocaba. Encogía. Encogía.Menguaba. Mermaba. Estoy convencida de que su miembro, su paquete, su pene no es que mermara en la misma censurable acción. No. Ya de por sí sería de un tamaño irrisorio. Tal vez, como decía Freud, todas las formas de sexualidad puedan ser medidas con un referente estándar de sexualidad genital, una inhibición en el desarrollo o infantilismo pueda desembocar en una homosexualidad más o menos reforzada o latente: “El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto llamada normal; en ella, la consecusión del placer se ha puesto al servicio de la función de reproducción, y las pulsiones parciales, bajo el primado de una única zona erógena, han formado una organización sólida para el logro de una meta sexual de un objeto ajeno”. Si Freud hubiera rozado una pequeña dosis de verdad, Zinlan tendría un verdadero problema si un día, por complacer a su tradicional familia, decidiera contraer santo y concertado matrimonio. Estar tan cerca de una mujer que no podía desear física ni espiritualmente podía exacerbar otro problema bastante unido al infantilismo sexual o la impotencia: la neurosis. Las fantasías histéricas.

Demasiadas mujeres. Demasiadas farsas. Demasiadas mentiras, y, aquello no era para nada bueno o saludable, física o psicológicamente, pero el muy ególatra no se percataba. Estaba dispuesto a hacer su trabajo, a dilatar en el tiempo, todo lo posible, ese pacto marital concertado entre familias. Le parecía sencillo permanecer fiel, indiferente, inalcanzable y despreciativo ante su cohorte de aplaudidores confiados y desconocedores de su verdadera sustancia interior. ¿Eran tan sencillos y tan fáciles de engañar? ¿nunca vieron la necesidad de plantearse cosas y ser ellos mismos? Seguramente. Sin embargo, la fibra moral de este individuo se iba endureciendo y descascarillando conforme cumplía años.

Las pequeñas y esporádicas dosis de sexo homosexual, escapaditas, no cubrían sus íntimas necesidades. Tampoco lograban esconder del todo ese amor pseudoplatónico por su hermana, un amor que alimentaba más y más su derrumbamiento o desmoronamiento total. Aunque, después de todo había que reconocerle la astucia y capacidad para caminar sobre un campo minado y resistir en pie sobre una estructura tan explosiva y volátil, aguantar de forma automática los virajes a los que le estaban condenando las nuevas miradas…

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Doctor Feel Good *Bonus informativo *

Dragqueen-Sister-Roma

Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos. Doctor Feel Good

*Bonus informativo*

Eviolela era una auténtica “actriz”: esperpéntica, ridícula, grotesca, patética, o como quieran decirlo, pero una verdadera “actriz”. ¡Dios mío, lo que gastaba esta “mujer” en parecerlo!. No tenía idea de lo que era la “moderación” en ningún aspecto de su vida, pero en lo “necesario” para dar una determinada “impresión física”, menos aún. Improntas. Improntas de burro, y no Platero precisamente.
Describirla como “poco moderada” se queda corto, es como proferir un murmullo suave y apenas perceptible. Extremadamente corto:
El dinero para ella debe tener un valor meramente sociológico para diálogos de psicoanalistas. Una cosa que hace vivir confortablemente, sin que nada le falte a los afortunados del sistema y  lameculos de un tipo de clase política instalado en poltronas vitalicias; y para el resto de los mortales sería una cosa y causa de desdicha, desengaño, infortunio, abnegación…son esa clase de gente que para Eviolela no es real del todo, son invisibles. Esa clase de gente debe contentarse con sufrir o joderse, lo segundo menos “ascético” pero más corpóreo. Los pobres son estoicos por pura corporeidad. Corporeidad. Corporeidad… Corporeidad. Los gatos tienen corporeidad y caprichos, unos más que otros, pero, ” los gatos que tienen éxtasis y trances como Santa Teresa de Jesús deberían ir automáticamente al cielo de los gatos, dónde las tapitas de natillas abundan”, según Eviolela.

A Eviolela no le faltaba color alguno de las Circle Lenses Pinky Paradise. Y si la gama de productos Tony Molly es extensa, a ella no le faltaba producto alguno en su “tocador”. Ni le faltaba un producto de la gama Wonder Pore. Tampoco le faltaba el más insignificante producto de la gama Lovely Girl de Skin79. Son las BBCream de esta gama las que contribuyen a darle ese toque teatral tan próximo al kabuki yaro, el “esplendor blanquísimo y lechoso-grisáseo” del keshō y para rematar de forma exagerada labios y ojos, el fabuloso kumadori. Todo ello, verdaderamente duradero, resistente al agua y a las “lágrimas funcionales” a las que tan propensa es esta tipa. Con una super capa de estos potingues, toda la “topología” o “analysis situs” de su rostro se constituía en un verdadero “invariante topológico”, “espacio conexo”, ”espacio compacto”, “recubrimiento universal”, perfecto “Zeck” , x2 + y2 = z3 (1– z), una ecuación algebraica… y es que, realmente “El mapa no es el territorio”…
Su cara era una puta peonza: una frente enorme, tapada por un flequillo cortado a bocados por un asno ciego. Como era tan largo, el flequillo iba festoneando en todo su contorno, haciendo dos mordidas más grandes a la altura de los ojos que le permitían ver humanamente, no como a un viejo y desgreñado bobtail . Y pegado a esa enorme peonza, una especie de triángulo invertido a punto de reventar, maldito flujo de Ricci (colapso… blow-up) : Sister Roma, la famosa drag queen, sin duda. Eviolela y su “pintoresco” aspecto cubría todo el espectro de la exageración dramática teatral . Incluso, se asemejaba a los yōkai han’yō, hengeyōkai, del kabuki .

¿Moderación? Puede que para muchos de nosotros signifique algo pero no para Eviolela, ella es tonta de remate y una experta en reducir a la mínima expresión el concepto necesidad. Si a estas alturas de la película no la conociera lo suficiente habría podido darme el pego: Mil ochocientos selfies retocados al extremo; filtro sobre filtro, blanqueamiento sobre blanqueamiento y capas sobre capas ,al punto de hacer desaparecer sus colgantes, su nevus pectoral, sus odiados granos y puntos negros, el color de su “pelo” , que pasaba del gris al rubio platino y al naranja como si se tiñera cada dos horas. También cambiaba de matices el color de su lápiz labial achorizado, el color de paredes y puertas, de sabanas, ropa… ahí donde se hiciera el selfie, ese lugar al completo, estaba destinado al completo cambio.
Por otro lado, estaban los “estiramientos vectoriales” , los “adelgazamientos” y las “posturas imposibles”. Todo ello, desafortunadamente, incontrolado, lo que hacía que de hora en hora hubiese crecido o menguado (en su imponderable idiotez no lograba entender los cálculos que los programas de retoque fotográfico hacen: si estiras mucho de algunos vectores, eje Y, como piernas, torso y cuello, a lo alto, los vectores del eje X se ensanchan irremediablemente, engordando caderas, glúteos ,muslos, cara o cabeza. Todo muy cartesiano, por suerte, las selfies no están hechas para representar la tridimensionalidad más allá del ralo análisis tridimensional (3D) y bi planar (2P), nada parecido a las representación espaciales de la tridemensionalidad (3D) y la cuatri-dimensionalidad (4D), normalmente, al servicio del movimiento. Podemos decir que el movimiento humano tiene un rango de acción entre sus dimensiones que van desde 1D, 2D, 3D y 4D. Demasiados algoritmos para una fotografía cutre, muy cutre… Las más de las veces, Eviolela, parecía un espantajo al que le habían difuminado los contornos, trastocado la cierta simetría humana y la verdadera representación morfológica/fisionómica. Ya de por sí, Eviolela era completamente amorfa. No logro entender cómo no era capaz de asociar la natural proporcionalidad del cuerpo humano cuando más de una vez había de tener entre las manos un bloc y un lápiz para “evocar” un retrato, un bajo relieve, una escultura, un conjunto arquitectónico. Si nada de eso era capaz de crearle la ilusión de realismo, la digresión, como método, sería mucho más que una obligada actitud. El museo de la digresión. Subrepticiamente, aparece en mi mente el museo “multitemático” e indignante en el que había convertido su habitación.

¡Malditas matemáticas! con lo ricas que están las croquetas de puchero y los batidos de nube. Mas, esta individua tiene un concepto de sí misma lo suficientemente elevado para atreverse a estos drásticos retoques y dejarse “admirar” en las redes sociales, pensándose Diosa de la Lluvia Dorada (Sexo perverso) o Reina de Narnia, y creyendo que nadie se percataría de sus osados “recursos estilísticos fotográficos”.
Por ese camino no iba a llegar a ninguna parte. Sus propios “espectadores” iban a “despedazar” a esta zorra engreída y lela (la mítica CL, ochocientos treinta y cinco Selfies, Eviolela, mil ochocientos selfies de nada… patológico) ¡Dios, de estar bien ella misma se habría linchado! Pensé que esta niñata no había tenido quien le diese dos o tres guantazos bien dados sin que el pegarle le planteara ningún problema moral o de conciencia. Por algún tema de educación y disciplina, esta mano ligera, de gatillo automático, la suelen tener los progenitores con su prole. A falta de ellos, o alguno de ellos, por determinadas contingencias que no vienen al caso, algún familiar lo suficientemente cercano y bien avenido. Si es de posibles, mejor.

La hostia bien dada, no era un “trabajo” muy fino y “limpio”, que digamos, pero sí efectivo la mayor parte de las veces cuando las típicas y tópicas charlas no son suficientes. Son pocos los progenitores que “pegan” porque sí. La mayoría rehúyen de esa posibilidad y a veces es incomprensible descifrar el motivo de sus acciones o dilaciones o dejaciones. Sin embargo es muy simple entrar en esa trinidad que desbarata o neutraliza todos sus actos (los niños y adolescentes son bichillos de recursos, pero ella vestía y calzaba pelos en el coño y espolones en los pies, respectivamente). Pobres padres que más allá de figurarse, con incomodidad y claridad meridiana, la estúpida malcriada que estaban a punto de crear, caían una y otra vez en las mismas “trampas emocionales”, si era cosa de ellos, los adultos, o «tretas», si era cosa de los niños y jóvenes.
Esos progenitores o “delegados” o “tutores fiduciarios”, sometidos a sus propias trampas emocionales o conflictos internos, sienten como la culpabilidad les pilla por el cogote de improviso y borra de su mente esos malos augurios que les predicen la actitud y aptitud de ese endemoniado engendro que le ha tocado en suerte; de ese Leviatán soviético, que poseen de puertas adentro, y que desconoce el valor de las cosas , que hace daño gratuitamente sin medir las consecuencias, y que, es a ellos a quien ha tocado educar y moldear. Su niñita no, ella no, imposible…

Culpabilidad. Qué curiosa variable es la culpabilidad. Los progenitores, sobre todo los que han de enfrentar el cuidado y educación de la progenie solos, son hipersensibles al mágico envite del pequeño gran desafío que supone ser justos y tener carácter con estos “niñitos”, dóciles o rebeldes, que están en medio de su Staf. Niñitos de papá, niñatos con boca de lobo, capaces de bailar en la estepa al son de la música del viento y lamer la cara conocida, o arrancar de cuajo la mano que les da de comer. Inquietud, arrobo, anhelo de inculcar algo llamado cultura en sus volubles y alocadas cabezas, en el devenir de sus actos. Frente a sus deseos y tanteos todo tipo de chantajes: llantos, un me escaparé de casa, un te odio a muerte, un eres un bicho y contigo se acaba la paz y el silencio en la casa, Me tiraré por el balcón, no volverás a verme…
Tal vez, por todo ello , esta marea y marasmo incalculable les aboca a un resistencialismo rayano en la heroicidad, su capacidad imaginativa se desborda como los ríos en invierno, y el miedo y la condescendencia ocupan su lugar, ocupan este cauce dolorosamente ubicuo . Quizá, por ello se dejaban llevar siguiendo la corriente y sin un rumbo fijo; aceptando un toma y daca lleno agitaciones y malos tragos. Un toma y daca que servía, con precisión y rapidez, para escrutar y ver, en esos ojos inabordables e impenetrables de sus angelitos, las “mareas calmas”, el mar de fondo y las peores tempestades. Un ceremonial aprendido al calor de la chimenea de la “inocencia domestica” y que se abría paso, a patadas, por entre la pubertad, la adolescencia, la juventud y en algunos casos, como el de Eviolela, la post, pero que muy post, juventud.

Hay algo canallesco en estos juegos de convivencia. Una convivencia que a veces crea falsos espejismos e insospechadas sorpresas: buenas familias. Buenas familias e hijos de buenas familias. Hijos de buena familia. En realidad, algunas sorpresas no son tales, son funcionamientos mecánicos. Deseos engañosos que recorren la médula, causando punciones dolorosas, hasta llegar al cerebro dónde ingresan en esa etérea zona de los “sueños” (ese circuito que va desde el núcleo ventrolateral preóptico (VLPO) del hipotálamo, nucleos serotoninérgicos del rafe del tronco cerebral, el núcleo del fascículo solitario y el prosencéfalo basal. Las neuronas serotoninérgicas, núcleos tegmentales laterodorsales y pedunculopontinos, protuberancia , núcleo reticular pontis oralis (NRPO), hipocampo, locus ceruleus, sistema serotoninérgico del rafe, axones de los núcleos tegmental dorsolateral(TDL) y pedunculopontinos (TPP), haz tegmento reticular, bulbo medial, núcleo magnocelular (de Maghoun y Rhines), paramediano, tracto reticuloespinal latera, células del asta anterior de la médula, núcleos tegmentales dorsolateral (TDL), pedunculopontino (TPP), núcleos abducens, porción dorsomedial de la protuberancia… Y terminando, a veces, en los núcleos reticularis pontis caudalis y magnocelular.) algunos, sueños aterciopelados y otros llenos de emotiva veleidad.

La vida suele prodigarse en pruebas a superar: aclimatarse, acostumbrarse o morir en el intento. Reflexioné bastante sobre las pruebas de confianza, específicamente. Intenté penetrar en ellas con suprema delicadeza, más que nada porque la confianza es una de esas cosas preciosas que suelen envolver “problemas” o “pactos” de envergadura. Bendita confianza. Confianza, esa creencia, esperanza, convicción, convencimiento, dogma, credo, o fe que se practica al borde de todos los interiores abismos humanos, y que sencillamente te permiten abandonarte, desinteresarte, dejarte, desentenderte, delegar… En muchas ocasiones es una necesidad vital, una necesidad del cuerpo y del alma, en otras, una simple excusa para dejar nuestra carga, o parte de ella, en la espalda de alguien al que, en teoría, amamos y nos ama, queremos y nos quiere.

«Muchas veces las cosas no son como parecen, si lo sabré de sobra”, Eviolela oía esto de tanto en tanto. Todo podía ser objeto del más cruel cinismo y escepticismo. Hasta la fe podía ser atacada sin recato ni respeto a los practicantes: ¿El Santo Rostro de Jesús en la almohada de una señora?, “Y si la lavas so guarra”.
Hay tantas maneras de decir las cosas. ¡Tantas!
De cara a la galería, su galería de amiguetes cincuentones, uno de los “mentores” de Eviolela echaba cubetas de mierda a la fe y al ideario colectivo de una ciudad religiosa, muy religiosa. Feriante, muy feriante. Rociera, muy rociera. Hipocresía de castañuelas y manzanilla fresquita o rebujito en bota.

Para con su “ discípula” : “¡níña ponte la mantilla negra y el vestido negro que sale el Señor del Santo y Divino Tránsito!” ,”niña, el traje de faralaes que nos espera el albero ferial», “niña, vamos a comer esos maravillosos caracoles del K’italo o del Pumarejo, gloria bendita ”, “ niña, estoy hasta los santos cojones de cohetes rocieros pero busca las botas camperas que vamos a cruzar el Quema”. Coherencia. Veracidad. Autenticidad. ¡Sí señor, autenticidad! ironía. Ironía…
«Niña, hoy cruzaría una ardilla España entera, no  de pino en pino, sino de tonto en tonto”. Creo, en plena confidencialidad deontológica, ironía, que de farsante en farsante, de hipócrita en hipócrita. Para estos devotos de trastienda que se enfundan el “uniforme” de “trabajar” con el mismo rigor que el de “festejar” es más apropiado hablar de farsa e hipocresía. Sobre todo cuando el susodicho y sus “colegas” consideran “pirañas” a las mujeres cuarentonas que no quieren estar solas y buscan “medios” para remediarlo. Para ellos, se convierten en cazadoras de fortunas, peligrosas mujeres con la letra escarlata en el pecho. Cazadoras de fortuna, en manos de “desafortunados”, repugnantes, nauseabundos y penosos aprendices de hombre. Misóginos, creídos, encumbrados por unos “determinados estudios”, sometidos a una determinada deontología, que se pasaban por el forro de los testículos cuando llegaba el caso, y, serviles y rastreros monigotes lameculos de una horda de politicuchos baratos y desenfrenados ante cualquier puta o vil metal.

Con tales referentes no es de extrañar que Eviolela estuviera seca, hueca, huera, vacía, con ese “deje” o problema del habla (dislalia selectiva , tal vez producida por una mala colocación de la lengua, pegándola excesivamente al paladar, y falta de control sobre la respiración y el dominio del aire y la salivación. ¡Dios como salivaba!¡qué asco!), que bien necesitaría de un buen logopeda, de ejercicios respiratorios y entrenamiento de lengua y salivación. Cuando “intentaba” hablar, o lo hacía, sonaba a canto de hiena en celo, con esa risa inquietante e hilarante de “Stacey Dillsen” de “Zoey 101”.

El sino juega terribles malas pasadas. Al descorrer el telón del escenario, tenebroso y enfermizo, de Eviolela y toparse con el destino, que le susurra al oído en forma de “apuntador consanguíneo” , su figura rozaba la lipotimia. Ella escuchaba:
“¿Te has dado cuenta de que, de vez en cuando, te puedes encontrar con alguien con quien no deberías meterte? Ese soy yo”. Muy cinematográfico, claro que sí, pero con una carga de realidad bastante considerable.

¡Y, efectivamente, Eviolela , te puedes encontrar con alguien con quien no deberías meterte y esa, soy yo! Esta vez, esa, soy yo. “Ya ves. En este mundo hay dos tipos de personas, amiga: los que tienen un revólver cargado y los que cavan», ¡Y tú cavas”, Eviolela, tú cavas!

“¡La venganza es un plato dulce del que disfrutan los dioses!”
Te solían repetir al tiempo que oías una versión, personalizada y remasterizada, de la Transición, del Fenómeno ETA, El Fenómeno GRAPO o Los Sucesos de Atocha…¡Buen trabajo! Buen trabajo, ironía.

¿La venganza es un plato de dioses?
Mezquindad. Soberana mezquindad de quien debe ser “objetivo”, ecuánime, imparcial, recto… ¡Menudos educador y educando! ¡Tal para cual!

La Justicia es el verdadero plato de dioses. Un plato dulce cuando hace honor a su “corpus doctrinal”, su “Corpus Iuris Civilis” y su espíritu. La Justicia agrupa, aglutina y revela la pasta de la que está hecho el individuo, la colectividad, el pueblo, el país. ¡Dios me libre de caer en manos de estos nuevos mercaderes de Venecia. Cualquier corazón inocente puede ser su reclamada libra de carne. Sicarios, tabernarios, terriblemente obsequiosos e indulgentes con sus honorables personas y mezquinos y dañinos con el prójimo.

¡Sí, Eviolela, esta vez, soy yo! ¡Y tú cavas, Eviolela, tú cavas!

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(Ejercicios de logopedia: da da da da da peda, perra, pedaa, perra. Podai, podai, por ahí, por ahí. Buenio, bueno, buenio, bueno. Zois, sois. Pada, para , pada… Pedo ezque, no quiedo un monito de pazdque, zo idiota, edes un eztupido que zavuerto idiota, jahmmmmmsh respiración descontrolada, podfavó, eztoy to shunga, con el invierno el xoxo se me pone como un iglú,respiración descontrolada jaammmmmshhhhhh)

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!Música maestro!


(ironía)


(ironía)


(Deontología del poder)


(Kill Eviolela)


(Kill Eviolela)

Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos (VIII). Doctor Feel Good 

Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos (VIII). Doctor Feel Good.

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«Mojándolo todo»
Original de Luis Eduardo Aute
(Tomado de July in the Sky with Diamonds)

Aunque los “retratos” de estas “mujeres”, niñatas, puedan parecer grotescos a cualquiera que no las conozca, vive Dios que no hay la más mínima pincelada de burla o vehemencia en su descripción. No hay disonancia alguna entre cada uno de mis grafos y cada pensamiento o cada suceso. Sin embargo, no hay “términos” convencionales, o a mí me lo parece, que puedan bosquejar, con precisión y coherencia, a estos lamentables seres. No, no los hallo. Pelea con el techo de mi habitación, pero esta es otra historia. Hay un momento para cada cosa. Tal vez el clima ideal para la verdad sea el silencio inmaculado de los techos.

¡Qué bromas gasta eso que llamamos sino! No hay cinismo más fino y perfección más amarga que la suya cuando elabora sus azares. Presiento que el día menos pensado me hará hacer alguna tontería. Aunque tampoco quiero exagerar en esto. Mis tonterías son una especie de blindaje épico con el que sortear la fatalidad de la vida. Pero, también sé usar los marciales vendajes que tantos quebrantos y glorias suelen empapar.
¡Arrogante, displicente y lunático Fatum!…

Eviolela, acechaba como una mantis religiosa a Jaru. Sonreía y le miraba descaradamente azorando al chico. No estaba vapuleado en el, somero, arte de la conquista y mucho menos en las complicadas lides amatorias. Del ars amandi conocía, escuetamente, dos o tres principios elementales. Y, sí, he dicho principios, el ars amandi no es simplemente la didáctica del cortejo, la conquista o el sexo. Jaru era un chico de principios, sencillos pero férreos, un chico “inocente”, a diferencia de ella, una verdadera experta en el “oficio de amar” y el oficio de desbaratar cualquier convicción moral. Su mayor obsesión era no estar sola, no estar un segundo sin un tío al lado. Llegó un momento, muy tempranamente, en el que no le importaba que la historia saliera bien o no. Era difícil adivinar sus oscuras intenciones y devociones tras unas Circle Lenses. Su espejo del alma, la mirada, era una mala fotografía desenfocada o una ventana sucia. Supongo que nunca se paró a reflexionar la razón de su comportamiento e inquietudes. Los pensamientos de mismidad le producían demasiada desazón, le estorbaban demasiado y por ello los aniquilaba. Vivía atrapada en esa crisis de valores e idealismo que convierte a los hombres en bestias pardas. Nadar y guardar la ropa. Seguir la dirección de la corriente. Mimetismo social. Apariencia. Vacuidad. Vacuidad. Vacuidad.

Le encantaba tirar y soltar la cuerda con la que había “enlazado” a Jaru. Le encantaba ver su desatino y desasosiego. Contemplaba, con regocijo infame, el poder perverso de la manipulación. Dos tetas, por feas que sean, llenan las manos. La “imitación” de un coño híbrido e ígneo, enfundado en braguitas negras, fáciles de bajar, emulaba la breve apariencia de una “chuchería apetecible» para un jovencito totalmente inexperto. Es absurdo, por simpleza: hombres, mujeres, instintos, experiencias y lógica como parte inexcusable de una solución que está no más allá del bien y del mal sino de la conciencia o inconsciencia. Resulta fácil “amar” siguiendo los instintos más primarios aunque luego, siempre, aparecen los oscuros conflictos de sentimientos y emociones más o menos racionales. Los conflictos nacidos de esas pulsiones que desaparecen después de uno o dos polvos, bien o mal echados, o dos años de sexo sin “palabras”. También los conflictos culturales, cuya naturaleza parece ajena cuando no se piensa demasiado y no se está dispuesto a “comprender” y “asumir” esas colisiones que emergen, profusamente, impulsadas por la propia carga que soportan: años de mores, años de costumbres, años de enseñanzas predicadas con el certero ejemplo paternal… Todo el mundo tiene su particular y apasionante explicación sobre los infaustos riesgos a afrontar cuando la diferencia cultural amenaza con complicar las relaciones amorosas. Por otra parte, luego, aparece, indefectiblemente, la propia pugna interior, el propio miedo interior, por un lado, y la “fuerza y crítica” de la colectividad, por otro. La colectividad, ese arcano que florece espontáneamente en los jardines traseros de las casas familiares o de íntimos amigos: miradas, consejos, amenazas, llantos. Un extraño equilibrio de afectos y desafectos que necesitan de mucha valentía o cobardía, de mucha seguridad o inseguridad moral, de mucha buena o mala conciencia para establecer los límites. Esos límites infranqueables de una relación a los que nadie estaba invitado y nadie era bienvenido.

En su estupidez infantiloide, Eviolela, consideraba a los asiáticos como “estandartes” de “Idols” del Kpop, estándares similares a los fabricados por la factoría Disney, en esta ocasión la gran factoría musical coreana, y por tanto el matiz racial o cultural se desdibujaba, se difuminaba el recelo hacia los “diferentes”.¡Qué curioso, podía tirarse a cualquier tío, cualquier “cosa”, pero nunca jamás a un negro!. Entre sus “cameos” había tíos de “varias” nacionalidades pero ninguno negro. Algo absolutamente increíble cuando llamaba “amigos y amigas” a negros o gente de tez verdaderamente “morena”. Racismo soterrado. Racismo de guante blanco.

Recuerdo a un profesor un tanto “singular” que se empeñó en demostrar con dos simples preguntas que el racismo habitaba en las tripas de una sociedad rancia, la nuestra. Preguntó, ¿Cuántos de vosotros tendríais como amigos a negros?. Toda la clase levantó la mano. Acto seguido la pregunta cambió “ligeramente” de matiz, ¿Cuántos de vosotros os casaríais con negros?. Dos tristes manos levantadas. La conclusión del profesor: reflexionad y elaborad vuestras propias conclusiones…

Ella no pensó nunca en nada. No reflexionó o elaboró conclusiones sobre lo que significaba una relación amorosa con un chico de otra raza. No tenía ni seso ni necesidad. Jaru sólo era un “capricho”, como sus peluches Disney. Jaru simplemente era un experimento que le traía sin cuidado. Una experiencia de esas que se olvidan fácilmente cuando hay alguien más “interesante” en su horizonte cercano al que llevar a su vida o a su cama. Su “conocida” y “frecuentada” cama. Por superficial que Eviolela fuera, siempre buscaba y tasaba, descaradamente, esas señales “reveladoras” de algún talento verbal o retórico (piquito de oro) o algún signo de “culturilla especializada”, la de chicos universitarios a poder ser, adoraba esa pedantería barata y decorativa en los tíos a cazar, ella no daba para más. Los tíos experimentados o inteligentes soportaban un tiempo muy, muy, muy limitado su “ofrecimiento sexual”. Luego cogían las de Villadiego, salían por patas con excusas increíblemente peregrinas, algunas por mensajería instantánea, incluso, esgrimían excusas tan manidas y sobadas que ofendían la más limitada inteligencia: “No eres tú, soy yo”, “Tengo que marcharme a “Barcelona” y las relaciones a distancia no funcionan pero te quiero muchísimo”, “Estoy bastante confundido y necesito un tiempo para reflexionar”, “He cambiado y no quiero hacerte daño, “ Te mereces a alguien mucho mejor que yo”, “ No puedo darte lo que necesitas”, “Eres demasiado buena para mi”. “ Necesito encontrarme a mí mismo, estar solo, te juro que no hay otra”…
Tíos medianamente inteligentes o experimentados… Ellos también saben buscar indicios de talento o inteligencia, verdaderos, además de sexo o incluso primorosa belleza o química en las mujeres ideales para ellos. Eviolela nunca era la elegida, por algo sería…

Lo de Eviolela con Jaru se trataba de una “decisión” personal pérfida y cruel disfrazada de “afecto”, de “dulzura”, “de maneras o moditos”. En realidad, como en los Doramas más trágicos, se trataba de simple juego, de frívolo antojo y ego personal, de un extravagante pasatiempo temporal, un entretenimiento voluble e inconstante que con la dosis justa de afabilidad y generosidad, ficticia, tendría su recompensa: una muesca más en su cama, un poquito más de ADN en su colchón.

Ella, Eviolela, no era tan escrupulosa como Kirikiko que hizo cambiar el colchón, las mantas y todos los juegos de sabanas a su verdadero “amor”, al que nunca recuperaría por más tejemanejes que pergeñara, porque ella no podía apoyar su cute piel en el mismo lugar donde él había tenido sexo con otras chicas. Evidentemente no hablamos de su novio actual, el Chico k, Kapu, esté ajeno o no, más bien no, a los líos sexuales de su chica, era feliz o se resignaba con su suerte. A veces mirar a otro lado tiene sus ventajillas aunque los cuernos sean públicos y notorios. Como sus ventajillas tenía formatear su PC, con sus queridas carpetas de imágenes o vídeos porno, al enterarse de la escenita telefónica, lacrimógena, barata, cochina y en plena calle, de su angelical amada. La pobre estaba tan desolada y solita que llamó a su ex-novio, el amor de su vida, para contarle su desgracia. No había otros ex-novios o ex-amantes disponibles en ese momento. Móvil apagado o fuera de cobertura o distancias insalvables y obligatorios eventos. El ex-novio, poco receptivo a las habituales y teatrales tragicomedias públicas de Kirikiko, se limitó a escuchar y mostrarse cauteloso, más receloso que cauteloso, total él había sido objeto de una representación demasiado similar, y también pública y notoria, no hacía demasiado tiempo. En esa actuación él era el chico ”malo” de la película, el que la trataba muy mal, “física” y “psicológicamente”. El que con su comportamiento la estaba “lanzando” a los brazos de su nuevo “salvador”, su nuevo «héroe». Ese chico que bailaba Kpop de forma tan linda y era tan mono y adicto al porno…
Mientras tanto Kapu consideraba, lo había leído e interiorizado en algún meme de internet re-re-recompartido al cubo, que la mujer perfecta, la mujer de su vida era, sin duda alguna, esa que vista sin maquillaje y con trapitos poco favorecedores, como un grueso pijama de Pepa Pig , fuese capaz de ponerle el “nardo” como una morcilla de Burgos. ¡Dios mío, el amor reducido a la mínima expresión! Se puede ser tan lerdo para no alcanzar a imaginar que el sexo es una parte del amor, una parte importantísima, sí, pero una parte, y, no la esencial para unos seres como los humanos que follamos para algo más que perpetuar la especie o para busca un placer “ fugaz y limitado” que va decayendo de forma elástica con la praxis y los años. Se puede ser tan lerdo para no caer en la cuenta de que todas nuestras “elaboradas y laboriosas” pretensiones, ardores, calenturas, enardecimientos, éxtasis… son provisionales y contingentes. Por suerte o por desgracia, somos cada día más caducos, más pútridos, más decadentes. Entropía. Pura entropía. Como animales que somos necesitamos de hormonas y neurotransmisores que “activen o despierten” nuestro apetito sexual, que hagan que se llenen de sangre los cuerpos cavernosos, masculinos y femeninos, que se inerve testículo y epidídimo, que se produzca la irrigación e inervación del ovario , que las glándulas de Bartholino y Skene segreguen su líquido filante… en definitiva que se produzca ese calentón que recorra nuestro cuerpo y llegue al bajo vientre, tal vez a eso que llaman “chakra sexual” o al vértice de una ecuación cuadrática… de lo contrario, podríamos ver pasearse a nuestro lado, desnudos o semidesnudos, a nuestros idols más adorados o mitificados como si fuésemos un dolmen, menhir o cromlech megalítico. Piedras. Seres asexuados. Lo cierto, es que el hombre ha de encontrar el tiempo suficiente para revisar algunos conceptos vitales: placer, enamoramiento, amor… Conciencia de lo conceptual. Conciencia del cuerpo y mente. Conciencia de lo espiritual. Conciencia de lo que somos. Conciencia del mundo. Conciencia de las cosas que de verdad importan. Conciencia de la realidad y de nuestra realidad. Conciencia. Conciencia. ¿Pastilla roja o Azul?. La obligada elección del hombre libre.

Indefenso y vulnerable, Jaru estaba “sometido” a aquellas falsas promesas y aquellos extraños, y ensayados, poderes de seducción de Eviolela: mensajes inconfesables, un desnudo a tiempo, un diestro manoseo, un ahora sí y un ahora no. Ella era la zanahoria que el jamelgo nunca logra alcanzar. La realidad y la ilusión son caras de una misma moneda, a veces la más falsa moneda. Eviolela era más falsa que la selva inexplorada de Tarzán. Él, Jaru, escuchó muchas veces esos fatídicos y volubles te quiero, eres mi todo, soy tu sombra. Aquellos lacerantes ahora te amo y ahora no te amo, ahora necesito espacio y ahora necesito cercanía, vamos a dejarlo , es lo mejor por ahora, no eres tú, soy yo… Lo grave de esto no era el perverso jueguecito en sí mismo, era la “capacidad” de machacar a alguien sin darle la oportunidad, siquiera, de reaccionar. De racionalizar. De entender. De comprender. De encontrar la verdad entre tanta dulce mentira. No, estos seres infames no te dan la oportunidad de reaccionar, de eso se tratan los juegos de poder y tiranía. Se ejercen sobre un objetivo más débil, más lego, más joven, más sensible, más frágil o vulnerable. Y, efectivamente, él era, por aquél entonces, más vulnerable, más manipulable ;menos con su trabajo, su trabajo “no se tocaba” por nada ni por nadie, era sagrado, era mucho más que un modus vivendi. Esa actitud le ocasionó a Jaru más de una seria y desagradable disputa.
Destellos lumínicos y proyecciones. Luz y sombra. Hacer el amor o simplemente follar, hay diferencias, vaya si las hay. El sexo puede convertirse en una adicción (conquista, placer, pasión, perversión, “suciedad”… droga legal), puede volver zumbados a muchos seres humanos, luego la vacuidad absoluta. La decepción. Quince o veinte minutos y después «La Nada». «La Nausea». La soledad acompañada. Las preguntas sin respuesta fija quizá sean estas: ¿esto es todo? ¿a esto se reduce el zarpazo brutal del deseo, la pasión o la lujuria? No, creo que no. Por lo demás es bellísimo que alguien te sorba el seso sin dejarte comprender muy bien por qué, pero también es bellísimo y obligatorio esgrimir y bruñir la lógica, la razón para elaborar el perfecto equilibrio inestable en nuestra vida sentimental. La perfección de lo imperfecto. El amor no es solo sexo y se cultiva.

A Eviolela le encantaba hablarle de sí misma a Jaru. Ella misma era su mejor tema de conversación, junto con los parloteos de folleteo y otras obscenidades que entretenían por puro morbo a la fraternidad de Jaru al completo. ¡Qué tía tan guay! Ironía. Le apasionaba, en especial, hablarle de sus relaciones “amorosas”, sexuales más bien. Del buen y mal sexo. De la forma en que sus “amantes” y “novios” la tocaban, lo que le decían, como eran, donde iban, lo que hacían en definitiva. Hasta Jaru, en su inocente inexperiencia, lograba adivinar esa peligrosa deriva de la comparación. ¡Qué triste y lamentable! ¡qué enferma y necia hay que estar y ser para caer tan bajo!¡Dios, hay que ser verdaderamente estúpida para segar la hierba bajo tus propios pies!, así era Eviolela, verdaderamente estúpida. Tenía tan asimilado que Jaru era el segundo, tercer, cuarto o quinto plato, su última opción o cartucho en lo referente a hombres que llevar al lado y meter en su cama, que no se percataba que el dolor es un gran maestro. Tal vez uno de los mejores maestros. Jaru aprendió bastante de dolor, sentía ese escarnio en su más hondo elemento. No era un chico de muchas palabras. No era de contar sus cosas, ni a los amigos más íntimos. Por ello vivía para sus adentros esa aflicción y desolación que lleva, necesariamente, a preguntarse si la persona que tienes al lado te quiere. ¿Amor, un ideal o una cochina mentira?. Para él un ideal, pese a todo. Para ella, una farsa, una adicción. No porque llegase a pensar sobre el sexo, el enamoramiento y el amor y llegase a esa conclusión. No, sino porque en el agónico egoísmo de su yo más hondo no había lugar para sinceridad, lealtad, fidelidad o verdad alguna. Todo era puro capricho como la cute-jarrita Disney de granizada que se le antojó a los diez años y la lograba ahora, era paciente con sus antojos. Todo se reducía a la actuación y sobreactuación, conveniencia y pragmatismo: acierto/error. Una estupenda técnica si después reflexionas sobre los temas que te llevaron a ellos y sus consecuencias (a los errores) pero reflexionar no formaba parte del vocabulario de Eviolela y mucho menos de su conducta. Conducta. Conducirse. Una etiqueta de la que ella jamás podría presumir: ¿se puede ser más hija de puta, contar a Jaru su pérdida de virginidad como casi una violación? ¿se puede ser más hija de puta contándole que se tiró al cirujano de cabecera de la familia como si de un gran trofeo se tratara? ¿un cirujano loco?¿un cirujano verde y adicto al sexo? ¿un cirujano capaz de arriesgar su «vida» por un adefesio?. A otra parte con ese cuento, cabrona… Y sigo preguntándome:¿se puede ser más hija de puta hablándole del maltrato físico (golpeada y vejada) a la que, «supuestamente», la sometían algunos de sus ex-novios y ex-amantes? ¿se puede ser más infame contándole que todas sus relaciones fracasadas, más de diez, eran culpa de ellos?¿se puede ser más imbécil en esta vida al contarle la excusa barata que alegó su más querido novio, el hacker, el informatico autodidacta y libertario de tan altas utopías sociales, el que nunca se fue a Barcelona y terminó en la misma ciudad que ella pero al lado de una “mujer real”? ¿se puede ser más cabeza huera elogiando singularidades de esos tantos tíos que le dieron la patada? ¿Todos ellos tenían fallos o ella era el gran fallo?. No sé qué dosis de verdad o mentira había en cada una de esas “revelaciones”, ni falta que me hace, hay muchas manera de hacer las cosas y ninguna de las que ella “elegía” era ética. Conducirse. Conducta. Conducta… Claro que, estos seres enfermos de falsedad se creen sus propias mentiras y ficciones. A ella le encantaba la ficción del amor, y digo bien, ficción, no creo que jamás llegase a amar otra cosa que a sí misma. Lo más cercano al amor que rozó fue ese informático, ese programador divertido, dicharachero, extrovertido, rebelde, utópico, soñador de mundos solidarios, ecuánimes, justos, igualitarios, un tanto excéntrico y sin un chavo en el bolsillo, que muchas veces “disfrutaba” de la buena vida a su costa (ella se lo recordaba, a menudo, en forma de Bitstrips. Eso debe doler…) y que nunca terminó en Barcelona, más bien a pocas manzanas de su casa. Barcelona, bella ciudad… El informático, un chico de bellos ojos aguamarina al que mandaba mensajes subliminales, reiteradamente a pesar de haber terminado su relación sentimental, en cada selfie subido a las redes sociales. Fotos y mas fotos de ella luciendo una pulsera-esclava (me horroriza el objeto y el significado) que debió sellar su amor. Ella se quedó con la pulsera que cerraba una curiosa llave-colgante: esclava para ella y llave para él. Fotos de una pasionaria azul. por otra parte cantidad de fotos con textos reiterativos y sin destinatario fijo, un te amo, muchos te quiero. Fotos de muchas bagatelas que construía para algún él, probablemente el informático, y que las más de las veces terminaban en manos de otros novios o amantes ocasionales. Falsedades. Escaparates. Reflejos. Pero incluso los reflejos delatan la pasta de la que está hecha el original. Ella era pura y silente basura pútrida. Estaba totalmente podrida por dentro.
Quizá, en una de esas extrañas alineaciones planetarias, llegase a sentir algo por otro informático un poco más hecho, era como esos niños de papá pretendidamente hippies y con una Visa Oro en su cartera Louis Vuitton, pero él no era un niño de papá ni tenía Visa Oro, lo que si tenía era unos bellos ojos ámbar y un piquito de oro. Pero para piquito de oro el estudiante de periodismo que le hacía visitas esporádicas tras encuentros casuales después de cortar con el pibón francés de sus entretelas.

Usar y ser usada. Hacer pagar a los inocentes los platos rotos… Es terrible ese juego de usar a la gente. Usarlos como medios. Usarlos como fines. Era casi apologético “analizar” cada uno de los mensajes subliminales que Eviolela colocaba en cada pie de foto subida a las Redes sociales. Mensajes sin objetivo claro, como he dicho antes, de eso se trataba, dirigida a su “colección de posibles”. Posibles novios. Posibles amantes. Posibles rolletes. Cada uno de estos “ellos” indefinidos sentía el mensaje como propio. Se creía la romántica diana del pueril y envenenado disparo. Luego, Eviolela, se limitaba a poner la mano y recoger la captura del día, del mes y del año. Para todo había en un “simple” disparo empozoñado.
No sé si el desquiciamiento verbal es fruto de un desquiciamiento más íntimo y enfermizo. Aunque conozco bien la visceralidad humana, la buena y la mala visceralidad. La que te lleva a buscar justicia y la que te lleva a tomarla por la mano a toda costa. Visceralidad, esa especie de locura transitoria mediante la cual suceden tantas cosas, se suceden tantas historias.

Antes de darle tiempo a que reaccionara, Eviolela había presionado tanto a Jaru que había logrado, con la misma fórmula usada para capturarlo, evitar que la abandonase. Sí, Jaru había cuestionado esta relación tóxica hasta llegar a verbalizar sus sentimientos: ¡quiero dejarlo!. Él quería dejarlo. Pero ella tenía el control. El control sobre los argumentos más prolijos y peregrinos. Los argumentos más retorcidos y perniciosos adornados con florecitas y mariposas: malware. Puro malware, y ella sabía mucho de malware.
Eviolela también tenía el control sobre una especie de llanto facilón que simulaba el lloro de una niñita perdida y sola, desorientada y desesperada, con sus desorbitados ojos líquidos, que corría hacia familiares brazos. Así logró “retenerlo” un poquito más. Un poquito.

Conozco bien la mentalidad de los manipuladores, por desgracia. Eviolela era un crack de la manipulación y el fingimiento: de cara a la galería una niña dulce y buena, por dentro una especie de Samara de The ring o de Rhonda de la mala semilla.

Llevaban un mes juntos, se podría decir como novios. Le llevó a su casa, donde le trataron como a una “persona”, tal vez por su raza no merecía ese trato de primera, pero los idols del Kpop son asiáticos también. Así que se le trató como a una persona. y como a una persona le condujo a su cuarto, a su cama. Allí se “sobaron”, a ella le encanta el vulgar término, se besaron, se manosearon mientras ella iba ganando terreno, por experta y lanzada, en el acto que estaba a punto de sucederse. Se desnudó para él, más bien para ella misma preparada para ser “adorada” pero él no sospechaba nada. Jamás pensaba mal. Todo el mundo era bueno. Ella le parecía buena por aquél entonces. Más manoseos y su boca caliente en la espalda. Luego se bajó al pilón y le comió el coño, no como sus expertos amantes, pero lo hizo bien, muy bien para su escasa experiencia. Comenzó a frotar su pene con su vulva. Era una mezcla de sentimientos encontrados, por una parte parecía esperar el permiso de ella para penetrarla, por otra, los movimientos, gimnásticos de su suelo pélvico, una especie de musculación, profesional, pubocoxígea y contracciones vaginales que lograron que Jaru eyaculara de forma espontánea y precoz sobre ella. Se sonrojó y luego nada. Nada. Su fealdad volvía justo al lugar de donde procedía.

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Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos (VII). Fiesta Hawaiana en el Tragón Verde.

Un cuento de pan y pimiento de brujas malas y otros esperpentos (VII). Fiesta Hawaiana en el Tragón Verde.

hawai

Cumplida la misión, entrar por la puerrta grande en la nueva fraternidad de la mano del Chiko K, Kirikiko y Eviolela se felicitaron.

Eviolela emitía sus impertérritos sonidos gatunos. Dobló su hombruna espalda hacia adelante moviendo las manos a modo de felinas garras. Los ojos parecían querer salir de sus ya abombadas y prominentes órbitas. En el rojo aposemático de sus labios dibujó una mueca tan amplia que su rostro se cuadriculó por completo. Luego un sonido hipocrático, una egofonía tan exacerbada que el balido de una cabra parecía un cantico angelical: nyaaaa nyaaaaauuu, miaooouuu.

Kirikiko, por su parte, saltaba. Del esfuerzo excesivo se desparramó sobre sus propias ropas. La carne, contenida apretando al máximo cada músculo y respirando lo justo y necesario para no morir en el intento, literalmente rebosó. Resultaba evidente la extenuación. Tras el desplome no mostró cambio alguno de expresión. Sus pensamientos estaban en otra parte, a poca distancia, en la misma ciudad, pero demasiado lejos de su alcance. Presa de los delirios de su mente seguía pensando en su reciente exnovio, Rall; como si uno de los trabajitos de su mamá y sus lagrimitas de cocodrilo se lo pudieran devolver pronto, muy pronto. No iba a soltarlo sin pelear. Este pensamiento le arrancó un suspiro nostálgico y hondo. Con una falsa sonrisa sesgó el labio superior y se abandonó a su verdadera voz. Lejos quedó la voz dulce y aniñada que simulaba magistralmente:

-¿Lo he hecho bien, verdad?.- dijo Kirikiko-

-Pues claro, siempre lo haces bien.- apostilló Eviolela-

– Si quieres – propuso Eviolela- , puedes quedarte en mi casa esta noche. Planificaremos mejor todo. Los mensajes de voz se nos quedan pequeños – sonrió mostrando las encías superiores, una hilera de dientes amarillentos surcados por un canal a modo de surco de Galvayne, como si de un caballo viejo al que van a tasar se tratara-.

– ¿No te molesta?- añadió Kirikiko-

-Claro que no, eres mi mejor amiga.- contestó Eviolela-

-Sólo amigas aunque ya sabes que me gustan las mujeres bellas- dijo Kirikiko entre risas flojas, luego carcajadas-.

Entretanto, el chico K, a kilómetros de la ciudad, trabajaba y pensaba en Kirikiko. Expresaba una íntima satisfacción en cada gesto de su cuerpo. Poco adivinaba de la dorada mentira que había comenzado a vivir en brazos de Kirikiko. Los espejismos duran un tiempo indeterminado pero acaban por desvanecerse. A veces se disipan demasiado tarde. El desierto sentimental también se cobra sus víctimas. A menudo víctimas propiciatorias.

Casuística y salto temporal adelante, un año después, muchas mentiras después…

Echar la vista atrás y seguir en el presente. Un ejercicio que a veces bordea los más profundos abismos de las almas. Guiños a todos los demonios del ser humano. Echaré la vista adelante.

Un poco más allá del parque, junto a una transitada avenida, se encuentra una bodega mítica en el ambiente metalero. Una isla en el corazón mismo de la ciudad, El Tragón Verde.
El calor propiciaba la Fiesta Hawaina. El evento no era novedoso en la bodega. Ya se había celebrado otros años con bastante éxito. La amistad, las pistolas de agua, las flores, mojitos, caipirinhas, cervecita helada, la hidromiel Valhalla… Todo ayudaba a construir una idílica playa tropical de arena blanquísima y venturosos náufragos por un día. Náufragos que acariciaban la libertad y el goce de la infancia. Una fantasía que la sugestión colectiva ayudaba a elaborar y sostener, apaciguando las físicas y metafísicas angustias de cada cual como individuo.

Los náufragos comenzaron a llegar pronto. Las mesas disponibles no eran muchas. Traídos por las caliginosas mareas del asfalto, los supervivientes comenzaban a arribar a las prometeicas costas. No iban disfrazados, a lo sumo algún «lei» para la ocasión. Se vieron muchos «na lei» sobre camisetas metaleras y ropa informal. Muchos. Hasta que llegaron Ellos. La panda del StickySnot, la nueva SS. Una panda pretendidamente friki en su agónica inquietud de disfrazarse. Como si el disfraz fuese una prolongación de su persona. No era cierto, había una obsesión oportunista en cada una de sus mascaradas: búsqueda de familla y reconocimiento como Instagramers, Youtubers o Modelos Ocasionales de algún fotógrafo en ciernes o en crisis aguda…

Eviolela eligió un croptop blanco, cortísimo, y una falda blanca sacada del fondo, fondo y hondo, del armario. Ni era hippi ni fashion pills. Había colocado una guirnalda floral alrededor de la falda a juego con la corona que adornaba su pelo. ¡Su pelo, Dios! Esa extraña cosa naranja que parecía haber crecido con la textura de la lana, aún sucia, y cardada a mano. Caía sobre los hombros y terminaba en mechones poco densos y peguntosos. Las puntas parecían pegadas con saliva. Con esa terminación burda del que ha querido pegar raftas postizas para dar mayor largo a las propias. Ni el pelo de las muñecas tiradas a la basura tras su vida útil lograban alcanzar el “supremo” look. Su maquillaje era plano, pero no ese tipo de plano natural que tiene la piel recién lavada, no. Era un plano lechoso conseguido con el maquillaje “Cutie Pie Coreano” en su tono más porcelánico: “Imitación Pulpo Blanco Catallena” (까탈레나). Sus labios, para variar, tenían ese tono rojo chillón que dañaba la vista y que otorgaba al conjunto facial ese lánguido teatral y exacerbado de las geishas de los folletos de viajes destinados a hombres de negocios: sex tourism. Sus ojos de ‘Rango’, el camaleón que no sabía adaptarse, ponían el punto álgido al fantasmagórico rostro. Ni las Circle Lenses ponían color a una cara del inframundo.¡Supremo!¡Look supremo!.

La realidad no es virginal como las pieles retocadas de las fotografías. Es cruda. Dura. Propensa a destruir los mitos. Todos los mitos. En cada uno de sus ensayados movimientos y poses se veían las estrías propias de esas pieles sometidas a la voluntad férrea de los adipocitos. Estirar y aflojar. Estirar y aflojar. Estirar y aflojar. Luego, esos surcos conectados con bloques amorfos y localizados de adipocitos. ¡Malditas cartucheras! ¡malditos michelines! ni el Meizitan o cualquier otro potingue farmacológico asiático la hacía adelgazar y mantener el peso. Su metabolismo estaba trastocado, como su seso. Lejos de perjudicarla, esa grasa localizada, le favorecía, era el toque de autenticidad entre tanta farsa. Aunque puedo entrever su decepción y martirio por partida doble: tormentos voluntarios de la ortodoxia de una moda, la coreana, que denigra a la mujer hasta convertirla en muñeca clonada de usar y tirar. Un modelo de mujer contra el que luchan denodadamente las mujeres díscolas, rebeldes e inteligentes de una sociedad enferma de machismo y misoginia, de comercialización de la esencia y apariencia de la mujer. Y por otra parte, el tormento del espejo. Un espejo, herramienta o legado pontificio. La física y la religión nunca se ponen de acuerdo: otra constante cosmológica aunque esta no alcanza a representar la energía oscura o la densidad de energía en el vacio. A lo sumo,  la luz u oscuridad interior, la dualidad del espíritu humano.

Kirikiko por su parte llevaba un bikini diadema rosa. Sí, esos bikinis que nos suelen poner a las niñas pequeñas cuando pataleamos para emular a las mujeres mayores, cuando queremos ser mayores sin tener tetas. Ella era mayor pero sus tetas se habían negado a crecer. Cosas de la genética.

La falda era verde. Era una de esas faldas pao, o pau, hawaianas en versión gloriosa. El más penoso conjunto de tiras de plástico barato cortado por una costurera atiborrada de centramina. No había una sola tira rectilínea. La carne seguía rebosando generosamente por todas partes, menos en los pectorales.
Su maquillaje, más denso que de costumbre, le tapaba completamente las facciones. Sus ojos estaban demasiado sobrecargados de pintura y parecían delineados por la prisa loca o la culpa… Con el tiempo la culpa se desvanece, y con el alcohol, se desvanece antes. Este sentimiento «humano» le duraba poco.

Apariencia y realidad de unos seres imbéciles que arrastraban el “frikismo” por el fango. El tiempo, como siempre, se encargaría de colocar a unos en la fila de los farsantes, y a los otros en la de los idiotas que no pasaron la adolescencia a fuerza de consentimiento o represión (pijos o quiero y no puedo codo a codo). The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up.

El Chico K nunca se enteraría de esta corrida fiestera de su «adorada novia». Un ídolo al filo del abismo…

La casualidad. La casuística. El azar. El destino… La barra estaba concurrida. Las mesas repletas. Algunas sillas vacías pero con nombre impreso, los amigos siempre guardan las sillas. Buscando por entre el gentío apareció una parejita bastante linda. Él con ropa de calle. Ella con un croptop, sexy y recatado al tiempo, y un short. Una pequeña diadema floral y sin apenas maquillaje. Esbelta y con mucha clase. Destilaba clase en cada movimiento, premeditado o no.
Encontraron al grupito que buscaban y se sentaron. Un golpe de vista les enfrentaría a una situación bastante incómoda : Kirikiko.

El chico, Rall, no ignoraba el fastidio y desagrado que tal presencia inspiraba en su novia, Bell, pero sabía que ella se las arreglaba bastante bien sola. Era una mujer de carácter y principios. El impacto visual al principio le resultó desagradable, luego gracioso y por último deprimente.

Kirikiko se balanceaba y basculaba sobre sus grasitas con tal ímpetu que la columna que se levantaba en medio de la sala, justo frente a ella, temblaba de oscuridad. Mirar. Observar. Mirar. Se olvidó de todo. De la panda StickySnot, de Eviolela, de la concurrencia, hasta del Chiko K. El Chico k en la inopia total. Ni se había enterado de que su “Ángelito” estaba en esa Fiesta Hawaiana sin decirle nada. Mucho menos estaba al tanto del fatídico encuentro con Rall…

Nada tenía la suficiente consistencia ya para Kirikiko. Nada era. Sólo existía esa tierna parejita que no dejaba de cortejarse y profesarse dulces miradas y arrumacos. ¿Quién era esa parejita? Su Exnovio y su chica. La espina más honda clavada en alguna víscera escondida de Kirikiko. Su enorme grano en el culo.

Alzó la voz para llamar la atención de Rall y Bell. Depurada técnica interpretativa de Kirikiko y Eviolela. En nuestro primer e infausto encuentro, Eviolela actuó de la misma forma cutre, alzó la voz para que la mirase. No miré. No miré a ese engendro…
Kirikiko, con toda su rabia contenida, olvidó hasta el fingimiento más sistematizado, el de su impostada voz, su «melosa» voz. El timbre aniñado y dulce se había evaporado. El intento de atraer la mirada de los jóvenes había fallado. Eso iba a provocar todas las catástrofes del Universo. Pandora había vuelto a abrir su caja.

Procuró resistir la furia que la carcomía hasta contarle a Eviolela lo que pretendía hacer: bailar. Y salieron todos a bailar. Bailar. Se derramaba concupiscencia en cada gesto. Kirikiko parecía una gogó desenfrenada con cincuenta manos y cincuenta ojos pulpiles. Tocaba con babosos requiebros a sus compinches. Mitad tango, mitad reggaetón, mitad belly dance…una calentura deprimente que la llevaba a teatralizar el coito y las relaciones lésbicas. Lo lésbico pone mucho al personal. Pero no logró «colocar» a los tíos ni escandalizar a las tías, tampoco logró  que esa parejita la mirase. Estaban a lo suyo.
Para los demás asistentes fue un espectáculo divertido y fuera de lugar. En el fondo la panda estaba fuera de lugar. La bodega era territorio metalero y friki. Friki de los de verdad. La gente había disfrutado de estos «iluminados» como si de un “Corto Cinematográfico ” se tratara. Después volvieron a sus cosas y a su cháchara. No perdieron un segundo en hablar del tema. No habían conseguido calentar motores y la sala estaba llena de gente real. Real, así, sí la playa real de “ El Tragón Verde”, felicidad real Tragón Verde:

“I’ve been watching you
A lalalala long
A lalalala long long lee long long long,come on
A lalalala long
A lalalala long long lee long long long, hey-a

Standing across the room
i saw you smile,
Said i wanna talk to you-hoo-woo
for a little while,
but before i make my move
my emotions start running wi-hild,
My tongue gets tied
and that’s no lie
i look in your eye-ye-ye-ye-eyes,
i’m lookin’ in your big brown eye-yes,ooh ya
now got this to say to you, yeah

girl i want to make you sweat
sweat ‘till you can’t sweat no more,
and if you cry out
i’m gonna push it sum more-ore-ore,
girl i want to make you sweat
sweat ‘till you can’t sweat no more,
and if you cry out
i’m gonna push it push it push it some more

A lalalala long
A lalalala long long lee long long long,come on
A lalalala long
A lalalala long long lee long long long, ooh

So i say to myself
if she loves me or not(ah-ah)
but the dread i know
that love if his together
i want to lick a bit o’ this
and i lick a bit o’ that
but the lyrics goes under your tat (ah-ah)
my tongue gets tied
and thats no lie …

Eviolela había salido a la puerta y hablaba con un par de personas. Su pose encorvada era siniestra en la penumbra callejera.

Kirikiko miró el móvil cabreada mientras repetía en voz baja, soy tonta, soy tonta, soy tonta. Buscó a Eviolela, con los ojos, por toda la sala. Al fin se dio cuenta e infirió que estaba fuera. Su cabreo iba en aumento. Miró por última vez a la parejita. Odio. Odio.

Balbuceó una disculpa a su panda. Se quitó los adornos florales del todo a cien y la falda de plástico. Sacó una camiseta del bolso. Guardó todo el atrezo y se puso la camiseta. Era una camiseta de metal extrema. Extrema. Totalmente extrema hasta para el más metalero de los garitos. Salió atropelladamente. Le dirigió una parrafada a Eviolela y se marchó. El olor a derrota impregnaba el ambiente. Se cortaba, literalmente.

¿Qué había ganado con tal exhibición pública y notoria? Nada. No había ganado nada y no podía permitirse perder nada. No, no podía permitirse perder nada. No podía permitirse perder al Chico K, su «cosita hasta el fin de los días».

Él, K, estaba trabajando a unos kilómetros de la ciudad. Estaba feliz en su inopia. Lidiando con su responsabilidad adquirida y con, tal vez, esa mirada, fatigosa, hacia el porvenir. Ese tipo de mirada que nunca tendría Kirikiko como bien adivinaba su “posible futura suegra”. Esa era una de las razones por la que no la quería. Una. No era buena para su hijo. No era buena.No.

Todos los chicos tienen madre, el Chico K no era una excepción.

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